miércoles, 30 de noviembre de 2022

Novena en honor a San Andrés

 


Esta es la novena de San Andrés aunque no va dirigida directamente a el , a esta oración se le conoce como la novena de la Navidad y se le atribuyen muchos milagros.






Novena de Navidad para obtener un favor.

 


Bendita y alabada sea la hora y el momento en que el Hijo de Dios nació de María la Virgen Purísima , a medianoche, en Belén, en el frío penetrante. En esa hora, dígnate, Oh Dios mío! escuchar mi plegaria y conceder mis deseos (mencionar la intención ), por los méritos de Nuestro Salvador Jesucristo, y por su bendita Madre Amen .


Rezar con fervor esta oración quince veces cada día desde la fiesta de San Andrés (30 de noviembre) hasta Navidad (25 de diciembre).

[Imprimatur: +MICHAEL AUGUSTINE, Archbishop of New York, New York, February 6, 1897.]

sábado, 19 de noviembre de 2022

Novena a Virgen de la Medalla Milagrosa

 


Oración preparatoria (para todos los días)
Virgen y Madre inmaculada, mira con ojos misericordiosos al hijo que viene a Ti, lleno de confianza y amor, a implorar tu maternal protección, y a darte gracias por el gran don celestial de tu bendita Medalla Milagrosa.

Día primero
En una medianoche iluminada con la luz celeste como de Nochebuena la de 18 de Julio de 1830 , aparecióse por primera vez la Virgen Santísima a Santa Catalina Labouré, Hija de la Caridad de San Vicente de Paúl.
Y le habló a la santa de las desgracias y calamidades del mundo con tanta pena y compasión que se le anudaba la voz en la garganta y le saltaban las lágrimas de los ojos.
¡Cómo nos ama nuestra Madre del Cielo! ¡Cómo siente las penas de cada uno de sus hijos! Que tu recuerdo y tu medalla, Virgen Milagrosa, sean alivio y consuelo de todos los que sufren y lloran en desamparo.
Después de unos momentos de pausa para meditar el punto leído y pedir la gracia o gracias que se deseen alcanzar en esta Novena, se terminará rezando:
 La oración de San Bernardo "Acordaos,,, o la Salve.

ORACIÓN DE SAN BERNARDO

Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen María! que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a vuestra protección, implorado vuestra asistencia y reclamado vuestro socorro, haya sido abandonado de Vos. Animado con esta confianza, a Vos también acudo, ¡oh Madre, Virgen de las vírgenes! Y aunque gimiendo bajo el peso de mis pecados, me atrevo a comparecer ante vuestra presencia soberana. No desechéis, ¡oh Madre de Dios!, mis humildes súplicas, antes bien, inclinad a ellas vuestros oídos y dignaos atenderlas favorablemente
                                    
 Tres Avemarías con la jaculatoria:
 ¡Oh María, sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a vos!

 Oración final
Oración Final
Señor Dios nuestro, que por la inmaculada Virgen María asociada a tu Hijo de modo inefable, nos das alegrarnos con la abundancia de tu bondad, concédenos propicio que sostenidos por su maternal auxilio, nunca nos veamos privados de tu providente piedad, y que con fe libre, nos sometamos al misterio de tu redención.
Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.




Día segundo
En su primera aparición, la Virgen Milagrosa enseñó a Santa Catalina la manera cómo había de portarse en las penas y tribulaciones que se avecinaban.
¡Venid al pie de este altar! decíale la celestial Señora , aquí se distribuirán las gracias sobre cuantas personas las pidan con confianza y fervor, sobre grandes y pequeños...
Que la Virgen de la Santa Medalla y Jesús del Sagrario sean siempre luz, fortaleza y guía de nuestra vida.
Después de unos momentos de pausa para meditar el punto leído y pedir la gracia o gracias que se deseen alcanzar en esta Novena, se terminará rezando:
1º La oración de San Bernardo "Acordaos,,, o la Salve.
2º Tres Avemarías con la jaculatoria: ¡OH MARÍA, SIN PECADO CONCEBIDA, RUEGA POR NOSOTROS QUE RECURRIMOS A TI!
3º Oración final



Día tercero
En sus confidencias díjole la Virgen Milagrosa a Sor Catalina: "Acontecerán no pequeñas calamidades. El peligro será grande. Llegará un momento en que todo se creerá perdido. Entonces yo estaré con vosotros: ¡Tened confianza!"
Refugiémonos en esta confianza, fuertemente apoyada en las seguridades de que su presencia y de su protección nos da la Virgen Milagrosa. Y en las horas malas y en los trances difíciles no cesaremos de invocarla: <Auxilio de los cristianos, rogad por nosotros>.
Después de unos momentos de pausa para meditar el punto leído y pedir la gracia o gracias que se deseen alcanzar en esta Novena, se terminará rezando:
1º La oración de San Bernardo "Acordaos,,, o la Salve.
2º Tres Avemarías con la jaculatoria: ¡OH MARÍA, SIN PECADO CONCEBIDA, RUEGA POR NOSOTROS QUE RECURRIMOS A TI!
3º Oración final



Día cuarto
En la tarde del 27 de Noviembre de 1830 baja otra vez del Cielo la Santísima Virgen para manifestarse a Santa Catalina Labouré.
De pie entre resplandores de gloria, tiene en sus manos una pequeña esfera y aparece en actitud estática, como de profunda oración. Después, sin dejar de apretar la esfera contra su pecho, mira a Sor Catalina para decirle: <Esta esfera representa al mundo entero... y a cada persona en particular".
Como el hijo pequeño en brazos de su madre, así estamos nosotros en el regazo de María, muy junto a su Corazón Inmaculado.
¿Podría encontrarse un sitio más seguro?.
Después de unos momentos de pausa para meditar el punto leído y pedir la gracia o gracias que se deseen alcanzar en esta Novena, se terminará rezando:
1º La oración de San Bernardo "Acordaos,,, o la Salve.
2º Tres Avemarías con la jaculatoria: ¡OH MARÍA, SIN PECADO CONCEBIDA, RUEGA POR NOSOTROS QUE RECURRIMOS A TI!
3º Oración final



Día quinto
De las manos de María Milagrosa, como de una fuente luminosa, brotaban en cascada los rayos de luz. Y la Virgen explicó: <Es el símbolo de las gracias que Yo derramo sobre cuantas personas me las piden>, haciéndome comprender añade Santa Catalina lo mucho que le agradan las súplicas que se le hacen, y la liberalidad con que las atiende.
La Virgen Milagrosa es la Madre de la divina gracia que quiere confirmar y afianzar nuestra fe en su omnipotente y universal meditación. ¿Por qué, pues, no acudir a Ella en todas nuestras necesidades?.
Después de unos momentos de pausa para meditar el punto leído y pedir la gracia o gracias que se deseen alcanzar en esta Novena, se terminará rezando:
1º La oración de San Bernardo "Acordaos,,, o la Salve.
2º Tres Avemarías con la jaculatoria: ¡OH MARÍA, SIN PECADO CONCEBIDA, RUEGA POR NOSOTROS QUE RECURRIMOS A TI!
3º Oración final



Día sexto

Como marco de gloria aureolando a la Virgen, vio Sor Catalina aparecer unas letras de oro que decían: <¡OH MARÍA, SIN PECADO CONCEBIDA, RUEGA POR NOSOTROS QUE RECURRIMOS A TI! >.
Y enseguida oyó una voz que recomendaba llevar la medalla y repetir a menudo aquella oración jaculatoria, y prometía gracias especiales a los que así lo hiciesen.
¿Dejaremos nosotros de hacerlo? Sería imperdonable dejar de utilizar un medio tan fácil de asegurarnos en todo momento el favor de la Santísima Virgen.
Después de unos momentos de pausa para meditar el punto leído y pedir la gracia o gracias que se deseen alcanzar en esta Novena, se terminará rezando:
1º La oración de San Bernardo "Acordaos,,, o la Salve.
2º Tres Avemarías con la jaculatoria: ¡OH MARÍA, SIN PECADO CONCEBIDA, RUEGA POR NOSOTROS QUE RECURRIMOS A TI!
3º Oración final




Día séptimo

Nuestra Señora ordenó a Sor Catalina que fuera acuñada una medalla según el modelo que Ella misma le había diseñado.
Después le dijo: "Cuantas personas la lleven, recibirán grandes gracias que serán más abundantes de llevarla al cuello y con confianza>.
Ésta es la Gran Promesa de la Medalla Milagrosa. Agradezcámosle tanta bondad, y escudemos siempre nuestro pecho con la medalla que es prenda segura de la protección de María.

Después de unos momentos de pausa para meditar el punto leído y pedir la gracia o gracias que se deseen alcanzar en esta Novena, se terminará rezando:
1º La oración de San Bernardo "Acordaos,,, o la Salve.
2º Tres Avemarías con la jaculatoria: ¡OH MARÍA, SIN PECADO CONCEBIDA, RUEGA POR NOSOTROS QUE RECURRIMOS A TI!
3º Oración final



Día octavo
Fueron tantos y tan portentosos los milagros obrados por doquier por la nueva medalla, (conversiones de pecadores obstinados, curación de enfermos desahuciados, hechos maravillosos de todas clases) que la voz popular empezó a denominarla con el sobrenombre de la medalla de los milagros, la medalla milagrosa; y con este apellido glorioso se ha propagado rápidamente por todo el mundo.
Deseosos de contribuir también nosotros a la mayor gloria de Dios y honor de su Madre Santísima, seamos desde este día apóstoles de su milagrosa medalla.
Después de unos momentos de pausa para meditar el punto leído y pedir la gracia o gracias que se deseen alcanzar en esta Novena, se terminará rezando:
1º La oración de San Bernardo "Acordaos,,, o la Salve.
2º Tres Avemarías con la jaculatoria: ¡OH MARÍA, SIN PECADO CONCEBIDA, RUEGA POR NOSOTROS QUE RECURRIMOS A TI!
3º Oración final



Día noveno
Las apariciones de la Virgen de la Medalla Milagrosa constituyen indudablemente una de las pruebas más exquisitas de su amor maternal y misericordioso.
Amemos a quien tanto nos amó y nos ama.
<Si amo a María decía San Juan Bérchmans tengo asegurada mi eterna salvación>.
Como su feliz vidente y confidente, Santa Catalina Labouré, pidámosle cada día a Nuestra Señora la gracia de su amor y
de su devoción.
Después de unos momentos de pausa para meditar el punto leído y pedir la gracia o gracias que se deseen alcanzar en esta Novena, se terminará rezando:
1º La oración de San Bernardo "Acordaos,,, o la Salve.
2º Tres Avemarías con la jaculatoria: ¡OH MARÍA, SIN PECADO CONCEBIDA, RUEGA POR NOSOTROS QUE RECURRIMOS A TI!
3º Oración final

Oración Final
Señor Dios nuestro, que por la lnmaculada Virgen María asociada a tu Hijo de modo inefable, nos das alegrarnos con la abundancia de tu bondad, concédenos propicio que sostenidos por su maternal auxilio, nunca nos veamos privados de tu providente piedad, y que con fe libre, nos sometamos al misterio de tu redención.
Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

jueves, 10 de noviembre de 2022

Semana devota por las ánimas del purgatorio

 




Tomado del devocionario El devoto del Purgatorio: o sea Misas y oraciones en favor de las Benditas Ánimas, escrito por el R. P. Antonio Donadoni SJ, y publicado en México D.F. por la editorial Herrero Hermanos Sucesores en 1951, con aprobación eclesiástica.


DEVOTÍSIMO OFRECIMIENTO DE LA SAGRADA PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO POR LAS BENDITAS ALMAS DEL PURGATORIO DISTRIBUIDO EN LOS SIETE DÍAS DE LA SEMANA
   


DOMINGO
Ofrece los gravísimos afanes, tormentos, angustias y dolores que padeció el Señor en el huerto, diciendo:
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, uno por uno, todos los tormentos de tu Pasión santísima, la muerte penosísima de cruz y la Preciosa Sangre que derramaste por la salvación eterna de nuestras almas. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquellos grandes pasmos y terrores que asaltaron tu angustiado corazón en el huerto; porque representándose en tu imaginación todos los martirios que al día siguiente habías de padecer, Tú sufriste en el cuerpo y el alma un mortal dolor. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio aquella tan fiera tristeza que te ocasionó el horror de la muerte que te amenazaba, faltándote muy poco para expirar de dolor, como lo expresaste a tus amados discípulos con aquellas palabras: “Triste está mi alma hasta la muerte”; esto es, afligida con tristeza mortal. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquel acto humilde y devoto con que, en las más graves angustias, queriendo orar a tu Eterno Padre, te pusiste de rodillas postrado sobre la tierra por reverencia al Padre, y por las mortales ansias y congojas que oprimían tu Purísimo Corazón. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquella oración resignada con que pediste a tu Padre que si era posible te dispensase el amargo cáliz de tu muerte y conformando tu humana voluntad con la divina, dijiste: “Cúmplase tu voluntad y no la mía”. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquella ardiente caridad con que visitaste a tus amados discípulos, estando anegado en un mar de angustia, exhortándolos a la vigilancia y a la oración para que dé la tentación no fuesen vencidos. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquella confortación misteriosa que te hizo el Ángel, hallándose tu alma santísima llena de tantas congojas y dolores, que bastaban a quitarte la vida. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las lamas del Purgatorio, aquel gran conflicto que te puso en mortales agonías, explicando tu grande aflicción con aquellas palabras: “El espíritu está pronto; pero la carne lo resiste”. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquella firme perseverancia en la oración, estando en el colmo de tus aflicciones, agonizando en mortales angustias, por el remedio y salvación eterna de los pecadores. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquella Sagrada y Preciosa Sangre que, a fuerza de intenso dolor, sudaste en tanta abundancia que corrió hasta la tierra. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
Terminar con la oración que se encuentra al Final de la pagina.  
   
LUNES
Ofrece las penas y tormentos que el Señor padeció desde que fue preso hasta que lo presentaron al pontífice Anás, diciendo:
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquella prontitud de ánimo que mostraste para morir cuando, levantándote de la oración bañado del sudor de sangre, saliste a encontrar a tus enemigos, diciendo que Tú que eras aquél a quien ellos buscaban. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, el gran dolor que sentiste por la gravísima culpa de la traición de Judas, vendiéndote a los judíos por treinta dineros, y con el fingido ósculo de paz entregándote en manos de tus enemigos; dolor tan agudo y sensible, que es uno de los mayores que atravesaron tu piadosísimo Corazón. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquellos actos de heroica piedad con que diste lugar a tus crueles enemigos que se levantasen de la tierra, y curaste la oreja que tu fervoroso discípulo había cortado con celo de tu defensa al indigno siervo del Pontífice que te venía a prender. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquella gravísima tribulación que padeciste cuando fuiste embestido en el huerto por tanto número de soldados que te prendieron y ataron con tan inhumana crueldad, que es imposible comprenderla con humano discurso. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquella admirable paciencia con que sufriste tantos golpes, oprobios y baldones, hasta arrancarte los cabellos te tu Sacrosanta Cabeza, están Tú como cordero humildísimo sin responder palabra alguna. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquellos actos internos que en medio de las opresiones hacías de amor a Dios, de tolerancia y resignación, ofreciendo siempre al Eterno Padre todos aquellos malos tratamientos que te hacían, en satisfacción de nuestros pecados. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquel dolor vivísimo que te atravesó el Corazón cuando, en medio de tales tribulaciones, te hallaste solo y abandonado de tus más caros amigos, los cuales, cuando te vieron preso y atado, huyeron todos. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquellas aflicciones y dolores que sufriste desde el huerto hasta la casa de Anás, por tantos golpes que te daban y las blasfemias que te decían los verdugos, haciéndote aminar con tanta prisa y desprecio por fuera y dentro de la ciudad.. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquel acto de humildad y mansedumbre cuando delante del pontífice Anás estuviste con las manos atadas en forma de reo, oyendo los cargos que te hacías y las falsas acusaciones que daban contra Ti, como si fueras el más facineroso y más malo del mundo. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquella cruelísima bofetada que te dio aquel hombre vilísimo con tan infernal furia, que te desfiguró la mejilla, y la indecible paciencia y mansedumbre con que hablaste a aquel indigno pontífice. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
Terminar con la oración que se encuentra al Final de la pagina.  
   
MARTES
Ofrece los tormentos que el Señor padeció en la noche de su Pasión en la casa de Caifás, diciendo:
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquel grande ultraje con que fuiste llevado y puesto en la presencia del pontífice Caifás, quien te recibió con una infernal indignación, hecho blanco de sus iras y de los ministros y soldados que estaban con él. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, las acusaciones inicuas y falsos testimonios que te levantaron aquellos hombres vilísimos, no habiéndose testificado cosa alguna contra tu inocencia. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquel admirable silencio tuyo, no respondiendo ni una palabra para defenderte de tantas falsedades, injurias y calumnias como te imponían; dejándonos ese ejemplo admirable para seguirte en nuestras adversidades. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquel tormento y escandaloso conjuro que te hizo el soberbio Caifás para que respondieras si eras Hijo de Dios, a quien, con profundísima humildad, por reverencia al Padre, respondiste que sí, y que con grande majestad vendrías a juzgar al mundo. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquella injuriosa afrenta que te hicieron aquellos ministros infernales, después de haber oído tu respuesta, y debiendo postrarse y adorarte como verdadero Dios, te publicaron por blasfemo y hombre merecedor de una afrentosa muerte. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquel rabioso furor con que los pérfidos judíos te embistieron después que confesaste ser Hijo de Dios vivo, hiriendo con crueles bofetadas tu Divino Rostro y maltratando tu Cuerpo Santísimo con fieros golpes, llevando con tanta mansedumbre estas ofensas horribles, que no se te hoyó la menor queja. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquel oprobio vilísimo de escupirte en tu Soberano Rostro con tantas y tan hediondas salivas, que no se hallan palabras para explicar tan gran desprecio. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquella injuriosa burla y mofa con que te trataron los pérfidos judíos, cuando te vendaron los ojos con un paño muy sucio, y dándote muchos golpes, decían: “Profetiza y adivina quién te ha herido”, pues te preciaban por profeta. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, las tres negaciones ingratas de tu apóstol San Pedro, y la grande compasión que de él tuviste cuando con tanta piedad le miraste, que volvió en sí, se dolió y comenzó a llorar amargamente su pecado. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, todas aquellas penas y ultrajes que padeciste en toda aquella tristísima y funesta noche, habiendo quedado al arbitrio de tus enemigos y de gente vilísima, para ser atormentado a su voluntad, no cesando de afligirte con todos aquellos géneros de tormentos, afrentas y desprecios que te hicieron con su diabólica crueldad. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
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MIÉRCOLES
Ofrece los tormentos y desprecios que el Señor padeció en casa de Pilato y Herodes, hasta el grande tormento de los crueles azotes y dirás con devoción lo siguiente:
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquellas falsas acusaciones que los judíos dieron contra Ti a Pilato; esto es, que engañabas a los pueblos, que mandabas no se pagase tributo al César y que te hacías rey de los judíos. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquella grande humildad con que te dejaste llevar atado por las calles públicas de Jerusalén, y presentarte como malhechor al rey Herodes, quien hizo burla y escarnio de tu inocencia y grandeza divina. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquel vilísimo desprecio con que te trató aquel soberbio rey, cuando mandó ponerte a vestidura blanca como a un loco, y presentarte así delante de los príncipes, escribas y fariseos, y de un concurso muy grande. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquellos gravísimos escarnios que sufriste de todo el pueblo, cuando en las calles de Jerusalén te llevaban con la vestimenta blanca y te llenaban de injurias y baldones. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquellas horribles voces de los impíos judíos cuando decían: “¡Muera, muera; crucifícale!”; y daban por libre a Barrabás hiriendo con tan cruel sentencia tu purísimo Corazón y el de tu Santísima Madre. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, por aquellos pasos que diste hacia la columna donde habías de ser azotado, y aquella grandeza de amor y humildad con que te ofreciste a tan cruelísimo tormento. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquel gran rubor y vergüenza que tuviste cuanto te desnudaron para el tormento, y así mismo aquellos vivísimos dolores que te causaron las ligaduras de los brazos y las manos fueron de fuerte mortificación. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, uno por uno, todos aquellos fuertes azotes que dieron a tu Sacratísimo Cuerpo aquellos verdugos infernales, rompiendo tus carnes santísimas y derramando con grande copia tu Preciosísima Sangre. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquel imponderable dolor que tuvo tu Santísima Madre por este tormento; pues cuantos golpes dieron en tu delicadísimo Cuerpo, tantos puñales atravesaron sus purísimas entrañas. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquellos horribles dolores que te causaron por todo tu Cuerpo Santísimo, y las llagas que te hicieron con más de cinco mil azotes, y aquel desmayo tan grande que al último tuviste por el intenso dolor y falta de sangre, cayendo en tierra como difunto. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
 Terminar con la oración que se encuentra al Final de la pagina.  
  
JUEVES
Ofrece el acerbísimo tormento de la coronación de espinas como sigue:
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquellos pasos dolorosos que diste cuando te llevaban al puesto y lugar de la coronación de espinas, todo lleno de heridas y llagas que destilaban tu Sangre Preciosísima, después de la áspera y cruel flagelación. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquel vivo dolor que sentiste cuando te desnudaron por segunda vez, renovando las llagas de los azotes al despegar la túnica de tu Santísimo Cuerpo con una inhumana crueldad. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquella rigurosa crueldad con que los soldados asentaron sobre tu Santísima Cabeza una tirana corona, apretándola con fieros golpes, para que penetrasen las espinas causándote tan intenso dolor, que se deja a la piadosa consideración. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquella Sangre Preciosa que salió de tu Divina Cabeza, corriendo hasta la tierra, estando Tú con humildad profundísima sujeto a esos cruelísimos tiranos, ofreciendo al Eterno Padre, por nuestra salvación eterna, tan atroz tormento. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquellos afrentosos golpes que te dieron sobre la corona de espinas con la misma caña que te pusieron por cetro para que penetrasen más sus puntas y fuesen más profundas las heridas. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquellos oprobios, injurias y baldones que te hicieron los soldados cuando, puesto de rodillas, te dieron tantas bofetadas, saludándote tan ignominiosamente con aquellas irrisorias palabras: “¡Dios te salve, rey de los judíos!”, como si fueses rey de burlas. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquella grande afrenta, cuando con sucias y hediondas salivas mancharon los soldados insolentes tu Divino Rostro, con tanta copia, que te desfiguraron del todo. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquella virginal y angelical erubescencia que sentiste cuando en aquella lamentable forma, casi desnudo, te mostró Pilato al numeroso pueblo, diciendo: “Ecce homo”. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquel grito diabólico del pueblo judaico cuando clamó diciendo: “¡Crucifícale, crucifícale!”, llenado de pavor y espanto mortal a tu Purísimo Corazón con la sangrienta muerte a que te condenaban. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
 Terminar con la oración que se encuentra al Final de la pagina.  
  
VIERNES
Ofrece lo que padeció Nuestro Señor con el grave peso de la Cruz, hasta ser en ella crucificado, y dirás:
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquella grande fatiga de llevar la Cruz, tan pesada, que te hizo una grande llaga en el hombro, sobre las muchas que tenías en tu Santísimo Cuerpo. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquellas mortales congojas que tuviste y te ocasionaron los saldados en el camino al Calvario, tirando cruelmente de la soga, y los desprecios que te hicieron con las injurias, baldones y blasfemias del ingrato pueblo, y con tan malos tratamientos como si fueras el hombre más malvado del mundo que llevaban al suplicio. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquellas tres caídas que tuviste con el grave peso de la Cruz, como debilitado y sin fuerzas, y asimismo te ofrezco aquella grande impiedad con que te levantaron del suelo, tirando de las sogas con que te llevaban atado. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquel sumo desprecio con que fuiste sacado de la ciudad, cargando con la Cruz, atado, escarnecido y vituperado de todo el pueblo, y acompañado de unos ladrones, como el más facineroso del mundo. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquella pena y dolor con que tu Santísima Madre te iba buscando por las calles de Jerusalén, y habiéndote hallado, la apartaron luego de tu presencia, haciéndote caminar aprisa al monte Calvario. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquella gran flaqueza y desmayo que sentiste, y no pudiendo por ellos cargar el grave peso de la Cruz, te dieron al Cirineo, para que te ayudase a llevarla hasta el Calvario. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquel intenso dolor que sentiste cuando con tanta impiedad te arrancaron y quitaron la túnica, que estaba pegada a las llagas de tu Santísimo Cuerpo, y se renovaron todas las heridas, arrojando por todas ellas mucha copia de sangre, y en especial de la cabeza, por haberse movido la corona de espinas. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquellos mortales dolores que sentiste en las manos en los pies, cuando te clavaron en la Cruz, y asimismo los dolores de tu Santísima Madre, cuando veía poner los clavos y sentía los golpes. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquella oferta sacrosanta que Tú mismo hiciste al Eterno Padre en el altar de la Santísima Cruz, para redimir al hombre y abrirnos las puertas del Cielo. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
   Terminar con la oración que se encuentra al Final de la pagina.  

SÁBADO
Ofrece los que padeció Nuestro Señor en la Cruz mientras en ella estuvo vivo y pendiente. Dirás como sigue:
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquella suma de todos los grandes dolores que en tu Divino Cuerpo padeciste, desde los pies a la cabeza, sin haber parte que no padeciese y fuese atormentada con pena vehementísima. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquellas tres horas que estuviste vivo pendiente en la Cruz, con aquellos sumos dolores de las manos, pies y cabeza por las heridas de los clavos y las espinas. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquellos terribles dolores que te ocasionaban las principales llagas de tu Divino Cuerpo, como la del hombro, del espinazo, de las espaldas, de las rodillas, de los ojos y de algunos huesos fuera de sus lugares. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquellos dolores mortales que atormentaban tu piadosísimo Corazón singularmente viendo a tu Santísima Madre al pie de la Cruz, al amado discípulo y a la penitente y amorosa Magdalena. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquellas palabras injuriosas que te gritaban los judíos ingratos, estando clavado en el madero santo de la Cruz. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquellas fervientes lágrimas con que estando en la Cruz rogabas al Eterno Padre que perdonase a tus enemigos. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquella sed ardientísima que te atormentaba las entrañas, cuando exclamaste diciendo: “Tengo sed”. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquella bebida amarga de hiel y vinagre que te dieron en una esponja, y gustándole, llenaste de amargura tu santísima boca. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquel doloroso clamor que diste viéndote desamparado del Padre, de los amigos y discípulos amados, explicando tu dolor con aquellas palabras: “¡Dios mío, Dios mío! ¡¿Por qué me has desamparado?!”. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, la amorosa queja que diste a tu Eterno Padre, fundada en no te enviaba algún consuelo y alivio para entretener más tu vida, para que los tormentos y penas que padecías no la acabasen de quitar, por el ardiente amor y deseo que tenías de estar más tiempo padeciendo en el sagrado leño de la Cruz, en servicio de tu Padre y provecho de los hombres. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquel sumo y último dolor que sentiste al separarse tu alma santísima del Cuerpo, encomendando el espíritu en las manos del Eterno Padre, con aquellas palabras: “Padre mío, en tus manos encomiendo tu espíritu”. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, todos los dolores, angustias y trabajos que padeció nuestra Madre Santísima al pie de la Cruz, en su soledad, en la herida del costado y en tu entierro, hasta que te vio resucitado. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
   Terminar con la oración final.  
***
   
Para cada día después de los ofrecimientos, para ganar las santas indulgencias concedidas por cada uno de ellos:
  
ORACIÓN
Dios Eterno, por tu inmensa clemencia, y en nombre de tu Hijo Jesucristo, y por los méritos de su Pasión Santísima, te suplico concedas eterno descanso a las afligidas almas que están detenidas en las acerbísimas penas del Purgatorio, para que cuanto antes gocen de la bienaventuranza eterna, como lo desean. También te pido humildemente, Dios mío, en nombre del mismo Jesucristo, Hijo tuyo y Redentor del mundo, que perdones los pecados que yo y todos los vivientes hemos cometido; que a todos nos des verdadero arrepentimiento, para enmendarnos y observar tu divina ley, con los auxilios de tu gracia que necesitamos, para mejor servirte en esta vida y alabarte por tu infinita misericordia. Amén. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  
ORACIÓN
¡Oh Dios, Criador y Redentor de las almas! Concede a las de tus siervos y de tus siervas la remisión de todos sus pecados, para que consigan, por las piadosas oraciones de tu Iglesia, la indulgencia y el perdón que siempre necesitarán. Por Nuestro Señor Jesucristo. Amén.

miércoles, 2 de noviembre de 2022

2 De Noviembre: La Conmemoracion De Los Difuntos

 


No queremos, hermanos que ignoréis lo tocante a la suerte de los muertos, para que no os aflijáis como los demás que no tienen esperanza. Este era el deseo del Apóstol escribiendo a los primeros cristianos; y el de la Iglesia hoy no es otro. En efecto, la verdad sobre los difuntos no pone sólo en admirable luz el acuerdo de la justicia y de la bondad en Dios: los corazones más duros no resisten a la misericordia caritativa que esa verdad infunde, a la vez que procura los más dulces consuelos al luto de los que lloran. Si nos enseña la fe que hay un purgatorio, donde las faltas no expiadas pueden retener a los que nos fueron queridos, también es de fe que podemos ayudarlos, y es teológicamente cierto que su liberación más o menos pronta está en nuestras manos. Recordemos algunos principios que pueden ilustrar esta doctrina.

LA EXPIACIÓN DEL PECADO. — Todo pecado causa en el pecador doble estrago: mancha su alma y le hace merecedor del castigo. El pecado venial causa simplemente un desplacer a Dios y su expiación sólo dura algún tiempo; mas el pecado mortal es una mancha que llega hasta deformar al culpable y hacerle objeto de abominación ante Dios; su sanción, por consiguiente, no puede consistir más que en el destierro eterno, a no ser que el hombre consiga en esta vida la revocación de la sentencia. Pero, aun en este caso, borrándose la culpa mortal y quedando revocada por tanto la sentencia de condenación, el pecador convertido no se ve libre de toda deuda; aunque a veces puede ocurrir; como sucede comúnmente en el bautismo o en el martirio, que un desbordamiento extraordinario de la gracia sobre el hijo pródigo logre hacer desaparecer en el abismo del olvido divino hasta el último vestigio y las más diminutas reliquias del pecado, lo normal es que en esta vida o en la otra exija la justicia satisfacción por cualquier falta.

EL MÉRITO.—Todo acto sobrenatural de virtud, por contraposición al pecado, implica doble utilidad para el justo; con él merece el alma un nuevo grado de gracia; satisface por la péna debida a las faltas pasadas conforme a la justa equivalencia que según Dios corresponde al trabajo, a la privación, a la prueba aceptada, al padecimiento voluntario de uno de los miembros de su Hijo carísimo. Ahora bien, como el mérito no se cede y es algo personal de quien lo adquiere, así, por lo contrario, la satisfacción, como valor de cambio, se presta a las transacciones espirituales; Dios tiene a bien aceptarla como pago parcial o saldo de cuenta a favor de otro, sea de este mundo o del otro el concesionario, con la sola condición de que pertenezca por la gracia al cuerpo místico del Señor que es uno en la caridad.

Es la consecuencia, como lo explica Suárez en su tratado de los Sufragios, del misterio de la Comunión de los Santos, que en estos días se nos manifiesta: “Creo que esta satisfacción de los vivos en favor de los difuntos vale en justicia y que es infaliblemente aceptada en todo su valor y conforme a la intención del que la aplica, de suerte que, por ejemplo, si la satisfacción que me corresponde me valía en justicia, percibiéndola yo, el perdón de cuatro grados de purgatorio, otro tanto se la perdona al alma por quien la ofrezco”.

LAS INDULGENCIAS. — Sabido es cómo secunda la Iglesia en este punto la buena voluntad de sus hijos. Por medio de la práctica de las Indulgencias, pone a disposición de su caridad el tesoro inagotable donde se juntan sucesivamente las satisfacciones abundantísimas de los Santos con las de los Mártires, y también con las de Nuestra Señora y con el cúmulo infinito debido a los padecimientos de Cristo. Casi siempre ve bien y permite que la remisión de la pena, que ella directamente concede a los vivos, se aplique por modo de sufragio a los difuntos, los cuales ya no dependen de su jurisdicción. Quiere esto decir que cada uno de los fieles puede ofrecer por otro a Dios, que lo acepta, el sufragio o ayuda de sus propias satisfacciones, del modo que acabamos de ver. Tal es la doctrina de Suárez, el cual enseña también que la indulgencia que se cede a los difuntos no pierde nada de la certeza o del valor que tendría para nosotros los que pertenecemos todavía a la Iglesia militante. Ahora bien, las Indulgencias se nos ofrecen en mil formas y en mil ocasiones.

Sepamos utilizar nuestros tesoros y practiquemos la misericordia con las pobres almas que padecen en el purgatorio. ¿Puede existir miseria más digna de compasión que la suya? Tan punzante es, que no hay desgracia en esta vida que se la pueda comparar. Y la sufren tan noblemente, que ninguna queja turba el silencio de “aquel río de fuego que en su curso imperceptible las arrastra poco a poco al océano del paraíso”. El cielo a ellas de nada las sirve; allí ya no se merece. Dios mismo, buenísimo pero también justísimo, se ha obligado a no concederlas su liberación si no pagan completamente la deuda que llevaron consigo al salir de este mundo de prueba. Es posible que esa deuda la contrajesen por nuestra culpa o con nuestra cooperación; y por eso se vuelven a nosotros, que continuamos soñando en placeres mientras ellas se abrasan, cuando tan fácil nos es abreviar sus tormentos. Apiadaos, apiadaos de mi, siquiera vosotros, mis amigos, pues me ha herido la mano del Señor.



LA ORACIÓN POR LAS ALMAS DEL PURGATORIO.— Como si el purgatorio viese rebosar más que nunca sus cárceles con la afluencia de multitudes que allí lanza todos los días la mundanalidad del siglo presente y acaso debido también a la proximidad de la cuenta corriente final y universal que dará término al tiempo, al Espíritu Santo ya no le basta sostener el celo de las cofradías antiguas consagradas en la Iglesia al servicio de los difuntos; suscita la Iglesia nuevas asociaciones y hasta familias religiosas, cuyo fin exclusivo es promover por todos los medios la liberación o el alivio de las almas del purgatorio. En esta obra, que es una especie de redención de cautivos, hay también cristianos que se exponen y se ofrecen a cargar sobre sí las cadenas de sus hermanos, renunciando para ello libre y voluntariamente, no sólo a sus propias satisfacciones, sino también a los sufragios de que se podían beneficiar después de muertos; acto heroico de caridad que no se debe hacer a la ligera, pero que aprueba la Iglesia; dicho acto da a Dios mucha gloria y, en el caso de un retardo temporal de la bienaventuranza, merece a su autor el estar más cerca de Dios para siempre, desde ahora por la gracia y después, en el cielo, por la gloria.

Y, si los sufragios de un simple fiel tienen tanto valor, ¡cuánto más tendrán los de toda la Iglesia en la solemnidad de la oración pública y en la oblación del augusto Sacrificio en que Dios mismo satisface a Dios por todas las faltas! La Iglesia, desde su origen, siempre rezó por los difuntos, como antes lo hizo la Sinagoga. Así como celebraba el aniversario de sus hijos mártires con acciones de gracias, así también honraba con súplicas el de los demás hijos, que quizá no estuviesen aún en los cielos. Diariamente se pronunciaban en los Misterios sagrados los nombres de unos y otros con el doble fin de la alabanza y de la oración; y, así como por no poder recordar en cada iglesia particular a cada uno de los bienaventurados del mundo entero, los incluyó a todos en una fiesta y en una mención común, así de igual manera hacía conmemoración general de los difuntos en todas partes y todos los días a continuación de las conmemoraciones particulares. Tampoco faltaban sufragios, observa San Agustín, a los que no tenían parientes ni amigos; ésos tenían para remediar su desamparo, el cariño de la Madre común.

SAN ODILÓN. — Al seguir la Iglesia desde un principio el mismo proceso respecto a la memoria de los bienaventurados y la de las almas del purgatorio era de prever que la institución de la fiesta de todos los Santos reclamaría muy pronto la actual Conmemoración de los fieles difuntos. Según nos dice la Crónica de Sigeberto de Gemblaux, el abad de Cluny San Odilón la instituía en 998 en todos los monasterios que de él dependían, para celebrarla perpetuamente al día siguiente de todos los Santos. Así respondía a las acusaciones que le denunciaban a él y a sus monjes, en visiones que se leen en su Vida, como los auxiliadores más intrépidos de las almas que se purifican en el lugar de la expiación, y también como los más temibles para los poderes infernales. El mundo aplaudió el decreto de San Odilón. Roma le hizo suyo y se convirtió en ley de toda la Iglesia latina.

Los griegos hacen una primera Conmemoración general de los difuntos la víspera de nuestro domingo de Sexagésima, que es para ellos el de carnestolendas o de Apocreos, en el cual celebran la segunda venida del Señor. Llaman a este día Sábado de ánimas, como también al Sábado que precede a Pentecostés, en que rezan de nuevo solemnemente por todos los difuntos.

MISA DE LOS DIFUNTOS

La Iglesia Romana tenía antiguamente doble tarea en este día en su servicio diario para con la divina Majestad. La memoria de los difuntos no la permitía olvidar la Octava de todos los Santos. El oficio del segundo día de esta Octava precedía al de los difuntos; a la hora de Tercia de todos los Santos, seguía la Misa correspondiente; y después de Nona del mismo oficio, ofrecía el Sacrificio del altar por los difuntos.

En nuestros días, solicitada por la caridad para con las pobres almas más numerosas y más desamparadas, las dedica hoy todas sus Horas canónicas y sólo después de Nona a la que sigue la misa solemne de los difuntos, vuelve a tomar el oficio de los Santos en las Vísperas del dos de noviembre.

En cuanto a la obligación de guardar fiesta el día de ánimas, era sólo de semiprecepto en Inglaterra, donde se permitían los trabajos más necesarios; en muchos lugares el cese del trabajo no excedía la mitad del día; en otros se prescribía únicamente la asistencia a la misa. París observó durante algún tiempo el dos de noviembre como fiesta de primera obligación: en 1673 el arzobispo Francisco de Harlay mantenía aún en sus estatutos el mandato de guardarle hasta el mediodía. Hoy ni en Roma existe ya la obligación.

La antífona del Introito no es más que la súplica apremiante que suple en el oficio de difuntos a otra cualquier doxología; está sacada de un pasaje del libro cuarto de Esdras. El segundo salmo de Laudes nos da el versículo.

INTROITO

Dales, Señor, el descanso eterno: y brille para ellos la luz perpetua. — Salmo: A ti, oh Dios, te corresponden loores en Sión, a ti se te darán votos en Jerusalén: escucha mi oración, a ti irán todos los hombres.

En la Colecta la Iglesia implora, en favor de las almas que sufren, la misericordia de su Esposo, del Dios hecho Hombre, al que llama Creador y Redentor, títulos que dicen todo lo que estas almas le costaron y le invitan a dar la última mano a su obra.

COLECTA

Oh Dios, Criador y Redentor de todos los fieles: concede a las almas de tus siervos y siervas el perdón de todos los pecados; para que, por nuestras piadosas súplicas, consigan la indulgencia que siempre ansiaron. Tú, que vives.

EPISTOLA

Lección de la Epístola del Ap. S. Pablo a los Corintios (I Cor., XV, 51-57).

Hermanos: He aquí un misterio que os digo: Todos resucitaremos ciertamente, pero no todos seremos transformados. En un momento, en un pestañear de ojos, al son de la última trompeta: porque sonará la trompeta, y los muertos resucitarán incorruptos: y nosotros seremos transformados. Porque es preciso que esto corruptible se revista de incorrupción: y que esto mortal se revista de inmortalidad. Mas, cuando esto mortal se hubiere vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra escrita: Fué absorbida la muerte por la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? Pues el aguijón de la muerte es el pecado; y la fuerza del pecado es la Ley. Mas gracias a Dios, que nos dió la victoria por nuestro Señor Jesucristo.


MUERTE Y RESURRECCIÓN. — Mientras el alma, al salir de este mundo, suple en el purgatorio la insuficiencia de sus expiaciones, el cuerpo que dejó vuelve a la tierra para cumplir la sentencia lanzada contra Adán y su raza en el principio del mundo. Pero la justicia es amor tanto para el cuerpo como para el alma del cristiano. La humillación del sepulcro es justo castigo de la falta original; mas en ese retomo del hombre al polvo de la tierra de que fué formado, nos hace ver San Pablo además la siembra necesaria para la transformación del grano predestinado, que un día ha de volver a vivir en muy distintas condiciones. Es que, en efecto, la carne y la sangre no pueden poseer el reino de Dios ni los que están sujetos a la corrupción aspirar a la inmortalidad. Trigo candeal de Cristo, según la palabra de San Ignacio de Antioquía, el cuerpo del cristiano es arrojado al surco de la tumba para dejar en él lo que tenía de corruptible, la forma del primer Adán con su flaqueza y su pesadez; mas, por virtud del nuevo Adán, que le vuelve a formar a su propia imagen, saldrá completamente celestial y espiritualizado, ágil, impasible y glorioso. Gloria al qué sólo quiso morir como nosotros para destruir la muerte y hacer de su victoria nuestra victoria.

La Iglesia continúa pidiendo con insistencia en el Gradual la liberación de los difuntos.

GRADUAL

Dales, Señor, el descanso eterno: y brille para ellos la luz perpetua. ℣. El justo dejará eterna memoria: no temerá la mala fama.

TRACTO

Absuelve, Señor, a las almas de todos los fieles difuntos de todo vínculo de pecado. ℣. Y, socorriéndolos tu gracia, merezcan evitar el juicio de la venganza. ℣. Y gozar de la dicha de la luz eterna.

La Iglesia antiguamente no excluía el Aleluya de los funerales de sus hijos; expresaba su alegría fundada en la esperanza de qué una muerte santa acababa de asegurar al cielo un elegido más, aunque pudiese prolongarse algún tiempo la expiación del cristiano cuya vida de prueba finalizaba. Con todo, la adaptación de la liturgia de los difuntos a los ritos de los últimos días de Semana Santa, aunque modificó en este punto antiguas costumbres, no quiso excluir de la Misa de los difuntos la Secuencia, la cual fué primitivamente una composición de carácter festivo y una continuación del Aleluya. Roma hacia una excepción a las reglas tradicionales, a favor del poema atribuido erróneamente a Tomás de Celano. En Italia se cantó desde el siglo XIV el Dies irae y toda la Iglesia lo adoptó en el siglo XVI.

SECUENCIA

  1. El día de la Ira, el día aquel disolverá al mundo en ceniza: testigo es David con la Sibila
    2. ¡Cuánto temor habrá entonces, cuando se presente el Juez a discutir todo con rigor!
    3. La trompeta, lanzando su son por las tumbas de la tierra, llevará ante el trono a todos.
    4. Se pasmarán muerte y naturaleza, cuando resucite la criatura, para responder al Juzgador.
    5. Abriráse el libro escrito, en que está todo contenido, por el que será juzgado el mundo.
    6. Cuando, pues, se siente el Juez, aparecerá todo lo oculto: nada quedará sin vengar.
    7. ¿Qué diré entonces, desgraciado? ¿Qué patrono invocaré, cuando apenas el justo estará seguro?
    8. Rey de majestad tremenda, que a los buenos salvas gratis, sálvame a mí, fuente de piedad.
    9. Acuérdate, Jesús piadoso, que soy de tu camino la causa: no me pierdas en aquel día.
    10. Buscándome, te sentaste cansado: me redimiste sufriendo la cruz: no sea inútil tanto trabajo.
    11. Justo Juez de la venganza, da la gracia del perdón antes del día de la cuenta.
    12. Gimo como verdadero reo: con la culpa enrojece mí cara: perdona, oh Dios, al que suplica.
    13. Tú, que absolviste a María y escuchaste al buen ladrón, a mí esperanza me diste.
    14. Mis plegarias no son dignas: pero tú haz bueno y benigno, que no arda en fuego perenne.
    15. Colócame entre las ovejas, y apártame de los cabritos, poniéndome a la parte diestra.
    16. Refutados los malditos, aplicadas las crueles llamas: llévame con los benditos.
    17. Ruégote humilde y sumiso, el corazón, como ceniza, deshecho: Ten cuidado de mi fin.
    18. Lacrimoso día aquel, en que surgirá del polvo el hombre para ser juzgado reo.
    19. Perdona, pues, a éste, oh Dios: oh piadoso señor Jesús, dales el descanso. Amén.

EVANGELIO

Continuación del santo Evangelio según S. Juan (Jn., V, 25-29).

En aquel tiempo dijo Jesús a las turbas de los judíos: En verdad, en verdad os digo, que ha llegado la hora, y es ésta, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios: y, los que la escucharen, vivirán. Porque, como el Padre tiene la vida en si mismo, así dió también al Hijo el tener la vida en sí mismo: y le dió poder de juzgar, porque es el Hijo del hombre. No os maravilléis de esto, porque llega la hora en que, todos los que están en los sepulcros, oirán la voz del Hijo de Dios; e irán los que obraron bien, a la resurrección de la vida y los que obraron mal, a la resurrección del juicio.

LA vOZ DEL JUEZ. — El purgatorio no es eterno. Su duración es infinitamente diversa según las sentencias del juicio particular que sigue a la muerte de cada uno; para ciertas almas más culpables o que, excluidas de la comunión católica, están privadas de los sufragios de la Iglesia, puede prolongarse a siglos enteros, aunque la misericordia divina se dignase librarlas del infierno. Mas al fin del mundo y de todo lo que es temporal se ha de cerrar el purgatorio. Dios sabrá conciliar su justicia y su gracia en la purificación de los últimos llegados de la raza humana, supliendo, v. gr., con la intensidad de la pena expiatoria lo que podría faltar a la duración. Pero, en lo que se refiere a la bienaventuranza, mientras las sentencias del juicio particular son con frecuencia suspensivas y dilatorias y dejan provisionalmente el cuerpo del elegido y del condenado a la suerte común de la sepultura, el juicio universal tendrá carácter definitivo tanto para el cielo como para el infierno, y sus sentencias serán absolutas y se ejecutarán al instante íntegramente. Vivamos, pues, a la expectativa de la hora solemne en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios. El que tiene que venir, vendrá y no tardará, nos recuerda el Doctor de las gentes; su día llegará rápido y de improviso como un ladrón, nos dicen con él, el Príncipe de los Apóstoles y Juan el discípulo amado, haciendo eco a la palabra del mismo Jesucristo: como el relámpago sale del oriente y brilla hasta el occidente, así será la venida del Hijo del Hombre.

Asimilémonos los sentimientos expresados en el Ofertorio de los difuntos. Aunque las benditas almas del purgatorio tienen asegurada para siempre la eterna bienaventuranza y ellas lo saben bien, con todo eso, el camino más o menos largo que las conduce al cielo, se abre entre el peligro del último asalto diabólico y las angustias del juicio. La Iglesia, pues, abarcando con su oración todas las etapas de esta vía dolorosa, anda solícita para no descuidar la entrada; y no teme llegar para eso demasiado tarde. Para Dios, cuya mirada abarca todos los tiempos, la súplica que hoy hace la Iglesia, estaba ya presente en el momento del paso tremendo y procuraba a las almas la ayuda que aquí se pide. Además, esta misma súplica la va siguiendo a través de los altibajos de su lucha contra las potestades del abismo, de las cuales se sirve Dios como de instrumentos en la expiación reclamada por su justicia, según lo han comprobado más de una vez los Santos. En esta hora solemne, en que la Iglesia presenta sus ofrendas para el augusto y omnipotente Sacrificio, redoblemos nosotros también nuestros ruegos por los finados. Imploremos su liberación de las fauces del león. Supliquemos al glorioso Arcángel, prepósito del paraíso, sostén de las almas al salir de este mundo, su guía enviado “por Dios, que las conduzca a la luz, a la vida, a Dios mismo, que se prometió como recompensa a los creyentes en la persona de su padre Abraham.

OFERTORIO

Señor Jesucristo, Rey de la gloria, libra las almas de todos los fieles difuntos de las penas del infierno y del profundo lago: líbralas de la boca del león, para que no las absorba el tártaro, ni caigan en lo obscuro: sino que el abanderado San Miguel las presente en la luz santa: * Que prometiste en otro tiempo a Abraham y a su descendencia, ℣. Ofrecérnoste, Señor, hostias y preces de alabanza: tú acéptalas por aquellas almas cuya memoria celebramos hoy: hazlas, Señor, pasar de la muerte a la vida: * Que prometiste en otro tiempo a Abraham y a su descendencia.

La fe, cuyas obras practicaron, es garantía para las almas del purgatorio de la recompensa postrera y la que hace a Dios propicio ante los dones ofrecidos en favor de ellas.

SECRETA

Suplicárnoste, Señor, mires propicio estas hostias que te ofrecemos por las almas de tus siervos y siervas: para que, a quienes diste el mérito de la fe cristiana, les des también el premio. Por Nuestro Señor Jesucristo.

PREFACIO

Es verdaderamente digno y justo, equitativo y saludable que siempre y en todas partes te demos gracias a ti, Señor santo. Padre omnipotente, Dios eterno, por Cristo nuestro Señor. En quien brilló para nosotros la esperanza de una resurrección bienaventurada, de suerte que a quienes contrista la certeza de tener que morir, los consuele la promesa de la futura inmortalidad. Porque a tus siervos. Señor, la vida se les cambia, no se les quita: y, desmoronada la casa de esta terrestre morada, alcanzan en los cielos una mansión eterna. Y, por eso, con los Angeles y los Arcángeles, con los Tronos y las Dominaciones, y con todo el ejército de la celeste milicia, cantamos el himno de tu gloria, diciendo sin cesar: Santo, Santo, Santo, etc.

Al Agnus Dei, la petición del descanso para los difuntos suple a la de la paz por los vivos.

Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, dales el descanso.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, dales el descanso.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, dales el descanso sempiterno.

Como caen los copos silenciosos de una nieve abundante en un día de invierno, así suben blancas y apacibles las almas liberadas, ahora cuando en todo el mundo, al finalizar sus largas súplicas, la Iglesia derrama a raudales sobre las llamas expiatorias la sangre redentora. Hechos fuertes con el valimiento que da a nuestra oración el participar en los Misterios sagrados, digamos con ella en la Comunión:

COMUNION

Brille para ellos, Señor, la luz eterna: * Con tus Santos para siempre: porque eres piadoso. ℣. Dales, Señor, el descanso eterno: y brille para ellos la luz perpetua. * Con tus Santos para siempre: porque eres piadoso.

Es tal, no obstante eso, y tan por encima de nuestros pensamientos humanos el misterio impenetrable y adorable de la justicia de Dios, que para algunas almas la expiación tiene que seguir aún. La Iglesia también, sin cansarse ni dejar de esperar, continúa su oración en la Poscomunión. La Santa Madre Iglesia recordará a los difuntos todos los días y a todas las Horas del oficio, en todas las Misas que se ofrecen a lo largo del año, de cualquier solemnidad que sean.

POSCOMUNION

Rogárnoste, Señor, hagas que la oración de los que te suplicamos, aproveche a las almas de tus siervos y siervas: para que las libres de todos los pecados y las hagas participantes de tu redención. Tú, que vives.

El Benedicamus Domino, que hace las veces del Ite missa est en las misas en que se suprime el Gloria in excelsis, se reemplaza en las de difuntos por una invocación en favor de los finados:

Descansen en paz. ℟. Amén.

LAS TRES MISAS. — Aquí no damos más que el texto de la misa que se celebra por todos los fieles difuntos. Cada cual puede encontrar fácilmente en su misal el texto de las otras dos. Desde 1915, gracias a la piedad de Benedicto XV, los sacerdotes pueden en este día celebrar tres misas: una de ellas, a intención del celebrante, la segunda se dice por las intenciones del Papa y la tercera por todos los fieles difuntos.

Quiso Benedicto XV ayudar con esta generosidad no sólo a los miles y miles que durante la guerra cayeron en los campos de batalla, sino también a las almas cuyas fundaciones de misas habían sido robadas por la Revolución y confiscación de los bienes eclesiásticos.

Más recientemente Pío XI concedió una Indulgencia plenaria, aplicable a las almas del purgatorio, por la visita que se hiciese a un cementerio el 2 de noviembre y cualquier otro día de la Octava, pero con la condición de rezar por las intenciones del Romano Pontífice.

Estas son las intenciones   por las que debemos orar que la Santa Iglesia ha establecido tradicionalmente para ganar la indulgencia plenaria:

 

1. La exaltación de la Iglesia

2. La propagación de la fe.

3. La extirpación de la herejía

4. La conversión de los pecadores

5. Paz y concordia entre los príncipes (gobernantes) cristianos.

6. Todos los demás bienes del pueblo cristiano