jueves, 10 de noviembre de 2022

Semana devota por las ánimas del purgatorio

 




Tomado del devocionario El devoto del Purgatorio: o sea Misas y oraciones en favor de las Benditas Ánimas, escrito por el R. P. Antonio Donadoni SJ, y publicado en México D.F. por la editorial Herrero Hermanos Sucesores en 1951, con aprobación eclesiástica.


DEVOTÍSIMO OFRECIMIENTO DE LA SAGRADA PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO POR LAS BENDITAS ALMAS DEL PURGATORIO DISTRIBUIDO EN LOS SIETE DÍAS DE LA SEMANA
   


DOMINGO
Ofrece los gravísimos afanes, tormentos, angustias y dolores que padeció el Señor en el huerto, diciendo:
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, uno por uno, todos los tormentos de tu Pasión santísima, la muerte penosísima de cruz y la Preciosa Sangre que derramaste por la salvación eterna de nuestras almas. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquellos grandes pasmos y terrores que asaltaron tu angustiado corazón en el huerto; porque representándose en tu imaginación todos los martirios que al día siguiente habías de padecer, Tú sufriste en el cuerpo y el alma un mortal dolor. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio aquella tan fiera tristeza que te ocasionó el horror de la muerte que te amenazaba, faltándote muy poco para expirar de dolor, como lo expresaste a tus amados discípulos con aquellas palabras: “Triste está mi alma hasta la muerte”; esto es, afligida con tristeza mortal. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquel acto humilde y devoto con que, en las más graves angustias, queriendo orar a tu Eterno Padre, te pusiste de rodillas postrado sobre la tierra por reverencia al Padre, y por las mortales ansias y congojas que oprimían tu Purísimo Corazón. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquella oración resignada con que pediste a tu Padre que si era posible te dispensase el amargo cáliz de tu muerte y conformando tu humana voluntad con la divina, dijiste: “Cúmplase tu voluntad y no la mía”. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquella ardiente caridad con que visitaste a tus amados discípulos, estando anegado en un mar de angustia, exhortándolos a la vigilancia y a la oración para que dé la tentación no fuesen vencidos. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquella confortación misteriosa que te hizo el Ángel, hallándose tu alma santísima llena de tantas congojas y dolores, que bastaban a quitarte la vida. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las lamas del Purgatorio, aquel gran conflicto que te puso en mortales agonías, explicando tu grande aflicción con aquellas palabras: “El espíritu está pronto; pero la carne lo resiste”. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquella firme perseverancia en la oración, estando en el colmo de tus aflicciones, agonizando en mortales angustias, por el remedio y salvación eterna de los pecadores. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquella Sagrada y Preciosa Sangre que, a fuerza de intenso dolor, sudaste en tanta abundancia que corrió hasta la tierra. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
Terminar con la oración que se encuentra al Final de la pagina.  
   
LUNES
Ofrece las penas y tormentos que el Señor padeció desde que fue preso hasta que lo presentaron al pontífice Anás, diciendo:
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquella prontitud de ánimo que mostraste para morir cuando, levantándote de la oración bañado del sudor de sangre, saliste a encontrar a tus enemigos, diciendo que Tú que eras aquél a quien ellos buscaban. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, el gran dolor que sentiste por la gravísima culpa de la traición de Judas, vendiéndote a los judíos por treinta dineros, y con el fingido ósculo de paz entregándote en manos de tus enemigos; dolor tan agudo y sensible, que es uno de los mayores que atravesaron tu piadosísimo Corazón. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquellos actos de heroica piedad con que diste lugar a tus crueles enemigos que se levantasen de la tierra, y curaste la oreja que tu fervoroso discípulo había cortado con celo de tu defensa al indigno siervo del Pontífice que te venía a prender. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquella gravísima tribulación que padeciste cuando fuiste embestido en el huerto por tanto número de soldados que te prendieron y ataron con tan inhumana crueldad, que es imposible comprenderla con humano discurso. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquella admirable paciencia con que sufriste tantos golpes, oprobios y baldones, hasta arrancarte los cabellos te tu Sacrosanta Cabeza, están Tú como cordero humildísimo sin responder palabra alguna. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquellos actos internos que en medio de las opresiones hacías de amor a Dios, de tolerancia y resignación, ofreciendo siempre al Eterno Padre todos aquellos malos tratamientos que te hacían, en satisfacción de nuestros pecados. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquel dolor vivísimo que te atravesó el Corazón cuando, en medio de tales tribulaciones, te hallaste solo y abandonado de tus más caros amigos, los cuales, cuando te vieron preso y atado, huyeron todos. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquellas aflicciones y dolores que sufriste desde el huerto hasta la casa de Anás, por tantos golpes que te daban y las blasfemias que te decían los verdugos, haciéndote aminar con tanta prisa y desprecio por fuera y dentro de la ciudad.. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquel acto de humildad y mansedumbre cuando delante del pontífice Anás estuviste con las manos atadas en forma de reo, oyendo los cargos que te hacías y las falsas acusaciones que daban contra Ti, como si fueras el más facineroso y más malo del mundo. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquella cruelísima bofetada que te dio aquel hombre vilísimo con tan infernal furia, que te desfiguró la mejilla, y la indecible paciencia y mansedumbre con que hablaste a aquel indigno pontífice. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
Terminar con la oración que se encuentra al Final de la pagina.  
   
MARTES
Ofrece los tormentos que el Señor padeció en la noche de su Pasión en la casa de Caifás, diciendo:
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquel grande ultraje con que fuiste llevado y puesto en la presencia del pontífice Caifás, quien te recibió con una infernal indignación, hecho blanco de sus iras y de los ministros y soldados que estaban con él. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, las acusaciones inicuas y falsos testimonios que te levantaron aquellos hombres vilísimos, no habiéndose testificado cosa alguna contra tu inocencia. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquel admirable silencio tuyo, no respondiendo ni una palabra para defenderte de tantas falsedades, injurias y calumnias como te imponían; dejándonos ese ejemplo admirable para seguirte en nuestras adversidades. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquel tormento y escandaloso conjuro que te hizo el soberbio Caifás para que respondieras si eras Hijo de Dios, a quien, con profundísima humildad, por reverencia al Padre, respondiste que sí, y que con grande majestad vendrías a juzgar al mundo. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquella injuriosa afrenta que te hicieron aquellos ministros infernales, después de haber oído tu respuesta, y debiendo postrarse y adorarte como verdadero Dios, te publicaron por blasfemo y hombre merecedor de una afrentosa muerte. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquel rabioso furor con que los pérfidos judíos te embistieron después que confesaste ser Hijo de Dios vivo, hiriendo con crueles bofetadas tu Divino Rostro y maltratando tu Cuerpo Santísimo con fieros golpes, llevando con tanta mansedumbre estas ofensas horribles, que no se te hoyó la menor queja. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquel oprobio vilísimo de escupirte en tu Soberano Rostro con tantas y tan hediondas salivas, que no se hallan palabras para explicar tan gran desprecio. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquella injuriosa burla y mofa con que te trataron los pérfidos judíos, cuando te vendaron los ojos con un paño muy sucio, y dándote muchos golpes, decían: “Profetiza y adivina quién te ha herido”, pues te preciaban por profeta. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, las tres negaciones ingratas de tu apóstol San Pedro, y la grande compasión que de él tuviste cuando con tanta piedad le miraste, que volvió en sí, se dolió y comenzó a llorar amargamente su pecado. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, todas aquellas penas y ultrajes que padeciste en toda aquella tristísima y funesta noche, habiendo quedado al arbitrio de tus enemigos y de gente vilísima, para ser atormentado a su voluntad, no cesando de afligirte con todos aquellos géneros de tormentos, afrentas y desprecios que te hicieron con su diabólica crueldad. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
 Terminar con la oración que se encuentra al Final de la pagina.  
  
MIÉRCOLES
Ofrece los tormentos y desprecios que el Señor padeció en casa de Pilato y Herodes, hasta el grande tormento de los crueles azotes y dirás con devoción lo siguiente:
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquellas falsas acusaciones que los judíos dieron contra Ti a Pilato; esto es, que engañabas a los pueblos, que mandabas no se pagase tributo al César y que te hacías rey de los judíos. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquella grande humildad con que te dejaste llevar atado por las calles públicas de Jerusalén, y presentarte como malhechor al rey Herodes, quien hizo burla y escarnio de tu inocencia y grandeza divina. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquel vilísimo desprecio con que te trató aquel soberbio rey, cuando mandó ponerte a vestidura blanca como a un loco, y presentarte así delante de los príncipes, escribas y fariseos, y de un concurso muy grande. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquellos gravísimos escarnios que sufriste de todo el pueblo, cuando en las calles de Jerusalén te llevaban con la vestimenta blanca y te llenaban de injurias y baldones. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquellas horribles voces de los impíos judíos cuando decían: “¡Muera, muera; crucifícale!”; y daban por libre a Barrabás hiriendo con tan cruel sentencia tu purísimo Corazón y el de tu Santísima Madre. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, por aquellos pasos que diste hacia la columna donde habías de ser azotado, y aquella grandeza de amor y humildad con que te ofreciste a tan cruelísimo tormento. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquel gran rubor y vergüenza que tuviste cuanto te desnudaron para el tormento, y así mismo aquellos vivísimos dolores que te causaron las ligaduras de los brazos y las manos fueron de fuerte mortificación. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, uno por uno, todos aquellos fuertes azotes que dieron a tu Sacratísimo Cuerpo aquellos verdugos infernales, rompiendo tus carnes santísimas y derramando con grande copia tu Preciosísima Sangre. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquel imponderable dolor que tuvo tu Santísima Madre por este tormento; pues cuantos golpes dieron en tu delicadísimo Cuerpo, tantos puñales atravesaron sus purísimas entrañas. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquellos horribles dolores que te causaron por todo tu Cuerpo Santísimo, y las llagas que te hicieron con más de cinco mil azotes, y aquel desmayo tan grande que al último tuviste por el intenso dolor y falta de sangre, cayendo en tierra como difunto. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
 Terminar con la oración que se encuentra al Final de la pagina.  
  
JUEVES
Ofrece el acerbísimo tormento de la coronación de espinas como sigue:
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquellos pasos dolorosos que diste cuando te llevaban al puesto y lugar de la coronación de espinas, todo lleno de heridas y llagas que destilaban tu Sangre Preciosísima, después de la áspera y cruel flagelación. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquel vivo dolor que sentiste cuando te desnudaron por segunda vez, renovando las llagas de los azotes al despegar la túnica de tu Santísimo Cuerpo con una inhumana crueldad. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquella rigurosa crueldad con que los soldados asentaron sobre tu Santísima Cabeza una tirana corona, apretándola con fieros golpes, para que penetrasen las espinas causándote tan intenso dolor, que se deja a la piadosa consideración. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquella Sangre Preciosa que salió de tu Divina Cabeza, corriendo hasta la tierra, estando Tú con humildad profundísima sujeto a esos cruelísimos tiranos, ofreciendo al Eterno Padre, por nuestra salvación eterna, tan atroz tormento. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquellos afrentosos golpes que te dieron sobre la corona de espinas con la misma caña que te pusieron por cetro para que penetrasen más sus puntas y fuesen más profundas las heridas. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquellos oprobios, injurias y baldones que te hicieron los soldados cuando, puesto de rodillas, te dieron tantas bofetadas, saludándote tan ignominiosamente con aquellas irrisorias palabras: “¡Dios te salve, rey de los judíos!”, como si fueses rey de burlas. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquella grande afrenta, cuando con sucias y hediondas salivas mancharon los soldados insolentes tu Divino Rostro, con tanta copia, que te desfiguraron del todo. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquella virginal y angelical erubescencia que sentiste cuando en aquella lamentable forma, casi desnudo, te mostró Pilato al numeroso pueblo, diciendo: “Ecce homo”. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquel grito diabólico del pueblo judaico cuando clamó diciendo: “¡Crucifícale, crucifícale!”, llenado de pavor y espanto mortal a tu Purísimo Corazón con la sangrienta muerte a que te condenaban. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
 Terminar con la oración que se encuentra al Final de la pagina.  
  
VIERNES
Ofrece lo que padeció Nuestro Señor con el grave peso de la Cruz, hasta ser en ella crucificado, y dirás:
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquella grande fatiga de llevar la Cruz, tan pesada, que te hizo una grande llaga en el hombro, sobre las muchas que tenías en tu Santísimo Cuerpo. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquellas mortales congojas que tuviste y te ocasionaron los saldados en el camino al Calvario, tirando cruelmente de la soga, y los desprecios que te hicieron con las injurias, baldones y blasfemias del ingrato pueblo, y con tan malos tratamientos como si fueras el hombre más malvado del mundo que llevaban al suplicio. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquellas tres caídas que tuviste con el grave peso de la Cruz, como debilitado y sin fuerzas, y asimismo te ofrezco aquella grande impiedad con que te levantaron del suelo, tirando de las sogas con que te llevaban atado. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquel sumo desprecio con que fuiste sacado de la ciudad, cargando con la Cruz, atado, escarnecido y vituperado de todo el pueblo, y acompañado de unos ladrones, como el más facineroso del mundo. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquella pena y dolor con que tu Santísima Madre te iba buscando por las calles de Jerusalén, y habiéndote hallado, la apartaron luego de tu presencia, haciéndote caminar aprisa al monte Calvario. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquella gran flaqueza y desmayo que sentiste, y no pudiendo por ellos cargar el grave peso de la Cruz, te dieron al Cirineo, para que te ayudase a llevarla hasta el Calvario. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquel intenso dolor que sentiste cuando con tanta impiedad te arrancaron y quitaron la túnica, que estaba pegada a las llagas de tu Santísimo Cuerpo, y se renovaron todas las heridas, arrojando por todas ellas mucha copia de sangre, y en especial de la cabeza, por haberse movido la corona de espinas. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquellos mortales dolores que sentiste en las manos en los pies, cuando te clavaron en la Cruz, y asimismo los dolores de tu Santísima Madre, cuando veía poner los clavos y sentía los golpes. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquella oferta sacrosanta que Tú mismo hiciste al Eterno Padre en el altar de la Santísima Cruz, para redimir al hombre y abrirnos las puertas del Cielo. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
   Terminar con la oración que se encuentra al Final de la pagina.  

SÁBADO
Ofrece los que padeció Nuestro Señor en la Cruz mientras en ella estuvo vivo y pendiente. Dirás como sigue:
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquella suma de todos los grandes dolores que en tu Divino Cuerpo padeciste, desde los pies a la cabeza, sin haber parte que no padeciese y fuese atormentada con pena vehementísima. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquellas tres horas que estuviste vivo pendiente en la Cruz, con aquellos sumos dolores de las manos, pies y cabeza por las heridas de los clavos y las espinas. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquellos terribles dolores que te ocasionaban las principales llagas de tu Divino Cuerpo, como la del hombro, del espinazo, de las espaldas, de las rodillas, de los ojos y de algunos huesos fuera de sus lugares. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquellos dolores mortales que atormentaban tu piadosísimo Corazón singularmente viendo a tu Santísima Madre al pie de la Cruz, al amado discípulo y a la penitente y amorosa Magdalena. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquellas palabras injuriosas que te gritaban los judíos ingratos, estando clavado en el madero santo de la Cruz. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquellas fervientes lágrimas con que estando en la Cruz rogabas al Eterno Padre que perdonase a tus enemigos. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquella sed ardientísima que te atormentaba las entrañas, cuando exclamaste diciendo: “Tengo sed”. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquella bebida amarga de hiel y vinagre que te dieron en una esponja, y gustándole, llenaste de amargura tu santísima boca. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquel doloroso clamor que diste viéndote desamparado del Padre, de los amigos y discípulos amados, explicando tu dolor con aquellas palabras: “¡Dios mío, Dios mío! ¡¿Por qué me has desamparado?!”. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, la amorosa queja que diste a tu Eterno Padre, fundada en no te enviaba algún consuelo y alivio para entretener más tu vida, para que los tormentos y penas que padecías no la acabasen de quitar, por el ardiente amor y deseo que tenías de estar más tiempo padeciendo en el sagrado leño de la Cruz, en servicio de tu Padre y provecho de los hombres. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, aquel sumo y último dolor que sentiste al separarse tu alma santísima del Cuerpo, encomendando el espíritu en las manos del Eterno Padre, con aquellas palabras: “Padre mío, en tus manos encomiendo tu espíritu”. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  • Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del Purgatorio, todos los dolores, angustias y trabajos que padeció nuestra Madre Santísima al pie de la Cruz, en su soledad, en la herida del costado y en tu entierro, hasta que te vio resucitado. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
   Terminar con la oración final.  
***
   
Para cada día después de los ofrecimientos, para ganar las santas indulgencias concedidas por cada uno de ellos:
  
ORACIÓN
Dios Eterno, por tu inmensa clemencia, y en nombre de tu Hijo Jesucristo, y por los méritos de su Pasión Santísima, te suplico concedas eterno descanso a las afligidas almas que están detenidas en las acerbísimas penas del Purgatorio, para que cuanto antes gocen de la bienaventuranza eterna, como lo desean. También te pido humildemente, Dios mío, en nombre del mismo Jesucristo, Hijo tuyo y Redentor del mundo, que perdones los pecados que yo y todos los vivientes hemos cometido; que a todos nos des verdadero arrepentimiento, para enmendarnos y observar tu divina ley, con los auxilios de tu gracia que necesitamos, para mejor servirte en esta vida y alabarte por tu infinita misericordia. Amén. Padre nuestro, Ave María, Gloria.
  
ORACIÓN
¡Oh Dios, Criador y Redentor de las almas! Concede a las de tus siervos y de tus siervas la remisión de todos sus pecados, para que consigan, por las piadosas oraciones de tu Iglesia, la indulgencia y el perdón que siempre necesitarán. Por Nuestro Señor Jesucristo. Amén.

miércoles, 2 de noviembre de 2022

2 De Noviembre: La Conmemoracion De Los Difuntos

 


No queremos, hermanos que ignoréis lo tocante a la suerte de los muertos, para que no os aflijáis como los demás que no tienen esperanza. Este era el deseo del Apóstol escribiendo a los primeros cristianos; y el de la Iglesia hoy no es otro. En efecto, la verdad sobre los difuntos no pone sólo en admirable luz el acuerdo de la justicia y de la bondad en Dios: los corazones más duros no resisten a la misericordia caritativa que esa verdad infunde, a la vez que procura los más dulces consuelos al luto de los que lloran. Si nos enseña la fe que hay un purgatorio, donde las faltas no expiadas pueden retener a los que nos fueron queridos, también es de fe que podemos ayudarlos, y es teológicamente cierto que su liberación más o menos pronta está en nuestras manos. Recordemos algunos principios que pueden ilustrar esta doctrina.

LA EXPIACIÓN DEL PECADO. — Todo pecado causa en el pecador doble estrago: mancha su alma y le hace merecedor del castigo. El pecado venial causa simplemente un desplacer a Dios y su expiación sólo dura algún tiempo; mas el pecado mortal es una mancha que llega hasta deformar al culpable y hacerle objeto de abominación ante Dios; su sanción, por consiguiente, no puede consistir más que en el destierro eterno, a no ser que el hombre consiga en esta vida la revocación de la sentencia. Pero, aun en este caso, borrándose la culpa mortal y quedando revocada por tanto la sentencia de condenación, el pecador convertido no se ve libre de toda deuda; aunque a veces puede ocurrir; como sucede comúnmente en el bautismo o en el martirio, que un desbordamiento extraordinario de la gracia sobre el hijo pródigo logre hacer desaparecer en el abismo del olvido divino hasta el último vestigio y las más diminutas reliquias del pecado, lo normal es que en esta vida o en la otra exija la justicia satisfacción por cualquier falta.

EL MÉRITO.—Todo acto sobrenatural de virtud, por contraposición al pecado, implica doble utilidad para el justo; con él merece el alma un nuevo grado de gracia; satisface por la péna debida a las faltas pasadas conforme a la justa equivalencia que según Dios corresponde al trabajo, a la privación, a la prueba aceptada, al padecimiento voluntario de uno de los miembros de su Hijo carísimo. Ahora bien, como el mérito no se cede y es algo personal de quien lo adquiere, así, por lo contrario, la satisfacción, como valor de cambio, se presta a las transacciones espirituales; Dios tiene a bien aceptarla como pago parcial o saldo de cuenta a favor de otro, sea de este mundo o del otro el concesionario, con la sola condición de que pertenezca por la gracia al cuerpo místico del Señor que es uno en la caridad.

Es la consecuencia, como lo explica Suárez en su tratado de los Sufragios, del misterio de la Comunión de los Santos, que en estos días se nos manifiesta: “Creo que esta satisfacción de los vivos en favor de los difuntos vale en justicia y que es infaliblemente aceptada en todo su valor y conforme a la intención del que la aplica, de suerte que, por ejemplo, si la satisfacción que me corresponde me valía en justicia, percibiéndola yo, el perdón de cuatro grados de purgatorio, otro tanto se la perdona al alma por quien la ofrezco”.

LAS INDULGENCIAS. — Sabido es cómo secunda la Iglesia en este punto la buena voluntad de sus hijos. Por medio de la práctica de las Indulgencias, pone a disposición de su caridad el tesoro inagotable donde se juntan sucesivamente las satisfacciones abundantísimas de los Santos con las de los Mártires, y también con las de Nuestra Señora y con el cúmulo infinito debido a los padecimientos de Cristo. Casi siempre ve bien y permite que la remisión de la pena, que ella directamente concede a los vivos, se aplique por modo de sufragio a los difuntos, los cuales ya no dependen de su jurisdicción. Quiere esto decir que cada uno de los fieles puede ofrecer por otro a Dios, que lo acepta, el sufragio o ayuda de sus propias satisfacciones, del modo que acabamos de ver. Tal es la doctrina de Suárez, el cual enseña también que la indulgencia que se cede a los difuntos no pierde nada de la certeza o del valor que tendría para nosotros los que pertenecemos todavía a la Iglesia militante. Ahora bien, las Indulgencias se nos ofrecen en mil formas y en mil ocasiones.

Sepamos utilizar nuestros tesoros y practiquemos la misericordia con las pobres almas que padecen en el purgatorio. ¿Puede existir miseria más digna de compasión que la suya? Tan punzante es, que no hay desgracia en esta vida que se la pueda comparar. Y la sufren tan noblemente, que ninguna queja turba el silencio de “aquel río de fuego que en su curso imperceptible las arrastra poco a poco al océano del paraíso”. El cielo a ellas de nada las sirve; allí ya no se merece. Dios mismo, buenísimo pero también justísimo, se ha obligado a no concederlas su liberación si no pagan completamente la deuda que llevaron consigo al salir de este mundo de prueba. Es posible que esa deuda la contrajesen por nuestra culpa o con nuestra cooperación; y por eso se vuelven a nosotros, que continuamos soñando en placeres mientras ellas se abrasan, cuando tan fácil nos es abreviar sus tormentos. Apiadaos, apiadaos de mi, siquiera vosotros, mis amigos, pues me ha herido la mano del Señor.



LA ORACIÓN POR LAS ALMAS DEL PURGATORIO.— Como si el purgatorio viese rebosar más que nunca sus cárceles con la afluencia de multitudes que allí lanza todos los días la mundanalidad del siglo presente y acaso debido también a la proximidad de la cuenta corriente final y universal que dará término al tiempo, al Espíritu Santo ya no le basta sostener el celo de las cofradías antiguas consagradas en la Iglesia al servicio de los difuntos; suscita la Iglesia nuevas asociaciones y hasta familias religiosas, cuyo fin exclusivo es promover por todos los medios la liberación o el alivio de las almas del purgatorio. En esta obra, que es una especie de redención de cautivos, hay también cristianos que se exponen y se ofrecen a cargar sobre sí las cadenas de sus hermanos, renunciando para ello libre y voluntariamente, no sólo a sus propias satisfacciones, sino también a los sufragios de que se podían beneficiar después de muertos; acto heroico de caridad que no se debe hacer a la ligera, pero que aprueba la Iglesia; dicho acto da a Dios mucha gloria y, en el caso de un retardo temporal de la bienaventuranza, merece a su autor el estar más cerca de Dios para siempre, desde ahora por la gracia y después, en el cielo, por la gloria.

Y, si los sufragios de un simple fiel tienen tanto valor, ¡cuánto más tendrán los de toda la Iglesia en la solemnidad de la oración pública y en la oblación del augusto Sacrificio en que Dios mismo satisface a Dios por todas las faltas! La Iglesia, desde su origen, siempre rezó por los difuntos, como antes lo hizo la Sinagoga. Así como celebraba el aniversario de sus hijos mártires con acciones de gracias, así también honraba con súplicas el de los demás hijos, que quizá no estuviesen aún en los cielos. Diariamente se pronunciaban en los Misterios sagrados los nombres de unos y otros con el doble fin de la alabanza y de la oración; y, así como por no poder recordar en cada iglesia particular a cada uno de los bienaventurados del mundo entero, los incluyó a todos en una fiesta y en una mención común, así de igual manera hacía conmemoración general de los difuntos en todas partes y todos los días a continuación de las conmemoraciones particulares. Tampoco faltaban sufragios, observa San Agustín, a los que no tenían parientes ni amigos; ésos tenían para remediar su desamparo, el cariño de la Madre común.

SAN ODILÓN. — Al seguir la Iglesia desde un principio el mismo proceso respecto a la memoria de los bienaventurados y la de las almas del purgatorio era de prever que la institución de la fiesta de todos los Santos reclamaría muy pronto la actual Conmemoración de los fieles difuntos. Según nos dice la Crónica de Sigeberto de Gemblaux, el abad de Cluny San Odilón la instituía en 998 en todos los monasterios que de él dependían, para celebrarla perpetuamente al día siguiente de todos los Santos. Así respondía a las acusaciones que le denunciaban a él y a sus monjes, en visiones que se leen en su Vida, como los auxiliadores más intrépidos de las almas que se purifican en el lugar de la expiación, y también como los más temibles para los poderes infernales. El mundo aplaudió el decreto de San Odilón. Roma le hizo suyo y se convirtió en ley de toda la Iglesia latina.

Los griegos hacen una primera Conmemoración general de los difuntos la víspera de nuestro domingo de Sexagésima, que es para ellos el de carnestolendas o de Apocreos, en el cual celebran la segunda venida del Señor. Llaman a este día Sábado de ánimas, como también al Sábado que precede a Pentecostés, en que rezan de nuevo solemnemente por todos los difuntos.

MISA DE LOS DIFUNTOS

La Iglesia Romana tenía antiguamente doble tarea en este día en su servicio diario para con la divina Majestad. La memoria de los difuntos no la permitía olvidar la Octava de todos los Santos. El oficio del segundo día de esta Octava precedía al de los difuntos; a la hora de Tercia de todos los Santos, seguía la Misa correspondiente; y después de Nona del mismo oficio, ofrecía el Sacrificio del altar por los difuntos.

En nuestros días, solicitada por la caridad para con las pobres almas más numerosas y más desamparadas, las dedica hoy todas sus Horas canónicas y sólo después de Nona a la que sigue la misa solemne de los difuntos, vuelve a tomar el oficio de los Santos en las Vísperas del dos de noviembre.

En cuanto a la obligación de guardar fiesta el día de ánimas, era sólo de semiprecepto en Inglaterra, donde se permitían los trabajos más necesarios; en muchos lugares el cese del trabajo no excedía la mitad del día; en otros se prescribía únicamente la asistencia a la misa. París observó durante algún tiempo el dos de noviembre como fiesta de primera obligación: en 1673 el arzobispo Francisco de Harlay mantenía aún en sus estatutos el mandato de guardarle hasta el mediodía. Hoy ni en Roma existe ya la obligación.

La antífona del Introito no es más que la súplica apremiante que suple en el oficio de difuntos a otra cualquier doxología; está sacada de un pasaje del libro cuarto de Esdras. El segundo salmo de Laudes nos da el versículo.

INTROITO

Dales, Señor, el descanso eterno: y brille para ellos la luz perpetua. — Salmo: A ti, oh Dios, te corresponden loores en Sión, a ti se te darán votos en Jerusalén: escucha mi oración, a ti irán todos los hombres.

En la Colecta la Iglesia implora, en favor de las almas que sufren, la misericordia de su Esposo, del Dios hecho Hombre, al que llama Creador y Redentor, títulos que dicen todo lo que estas almas le costaron y le invitan a dar la última mano a su obra.

COLECTA

Oh Dios, Criador y Redentor de todos los fieles: concede a las almas de tus siervos y siervas el perdón de todos los pecados; para que, por nuestras piadosas súplicas, consigan la indulgencia que siempre ansiaron. Tú, que vives.

EPISTOLA

Lección de la Epístola del Ap. S. Pablo a los Corintios (I Cor., XV, 51-57).

Hermanos: He aquí un misterio que os digo: Todos resucitaremos ciertamente, pero no todos seremos transformados. En un momento, en un pestañear de ojos, al son de la última trompeta: porque sonará la trompeta, y los muertos resucitarán incorruptos: y nosotros seremos transformados. Porque es preciso que esto corruptible se revista de incorrupción: y que esto mortal se revista de inmortalidad. Mas, cuando esto mortal se hubiere vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra escrita: Fué absorbida la muerte por la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? Pues el aguijón de la muerte es el pecado; y la fuerza del pecado es la Ley. Mas gracias a Dios, que nos dió la victoria por nuestro Señor Jesucristo.


MUERTE Y RESURRECCIÓN. — Mientras el alma, al salir de este mundo, suple en el purgatorio la insuficiencia de sus expiaciones, el cuerpo que dejó vuelve a la tierra para cumplir la sentencia lanzada contra Adán y su raza en el principio del mundo. Pero la justicia es amor tanto para el cuerpo como para el alma del cristiano. La humillación del sepulcro es justo castigo de la falta original; mas en ese retomo del hombre al polvo de la tierra de que fué formado, nos hace ver San Pablo además la siembra necesaria para la transformación del grano predestinado, que un día ha de volver a vivir en muy distintas condiciones. Es que, en efecto, la carne y la sangre no pueden poseer el reino de Dios ni los que están sujetos a la corrupción aspirar a la inmortalidad. Trigo candeal de Cristo, según la palabra de San Ignacio de Antioquía, el cuerpo del cristiano es arrojado al surco de la tumba para dejar en él lo que tenía de corruptible, la forma del primer Adán con su flaqueza y su pesadez; mas, por virtud del nuevo Adán, que le vuelve a formar a su propia imagen, saldrá completamente celestial y espiritualizado, ágil, impasible y glorioso. Gloria al qué sólo quiso morir como nosotros para destruir la muerte y hacer de su victoria nuestra victoria.

La Iglesia continúa pidiendo con insistencia en el Gradual la liberación de los difuntos.

GRADUAL

Dales, Señor, el descanso eterno: y brille para ellos la luz perpetua. ℣. El justo dejará eterna memoria: no temerá la mala fama.

TRACTO

Absuelve, Señor, a las almas de todos los fieles difuntos de todo vínculo de pecado. ℣. Y, socorriéndolos tu gracia, merezcan evitar el juicio de la venganza. ℣. Y gozar de la dicha de la luz eterna.

La Iglesia antiguamente no excluía el Aleluya de los funerales de sus hijos; expresaba su alegría fundada en la esperanza de qué una muerte santa acababa de asegurar al cielo un elegido más, aunque pudiese prolongarse algún tiempo la expiación del cristiano cuya vida de prueba finalizaba. Con todo, la adaptación de la liturgia de los difuntos a los ritos de los últimos días de Semana Santa, aunque modificó en este punto antiguas costumbres, no quiso excluir de la Misa de los difuntos la Secuencia, la cual fué primitivamente una composición de carácter festivo y una continuación del Aleluya. Roma hacia una excepción a las reglas tradicionales, a favor del poema atribuido erróneamente a Tomás de Celano. En Italia se cantó desde el siglo XIV el Dies irae y toda la Iglesia lo adoptó en el siglo XVI.

SECUENCIA

  1. El día de la Ira, el día aquel disolverá al mundo en ceniza: testigo es David con la Sibila
    2. ¡Cuánto temor habrá entonces, cuando se presente el Juez a discutir todo con rigor!
    3. La trompeta, lanzando su son por las tumbas de la tierra, llevará ante el trono a todos.
    4. Se pasmarán muerte y naturaleza, cuando resucite la criatura, para responder al Juzgador.
    5. Abriráse el libro escrito, en que está todo contenido, por el que será juzgado el mundo.
    6. Cuando, pues, se siente el Juez, aparecerá todo lo oculto: nada quedará sin vengar.
    7. ¿Qué diré entonces, desgraciado? ¿Qué patrono invocaré, cuando apenas el justo estará seguro?
    8. Rey de majestad tremenda, que a los buenos salvas gratis, sálvame a mí, fuente de piedad.
    9. Acuérdate, Jesús piadoso, que soy de tu camino la causa: no me pierdas en aquel día.
    10. Buscándome, te sentaste cansado: me redimiste sufriendo la cruz: no sea inútil tanto trabajo.
    11. Justo Juez de la venganza, da la gracia del perdón antes del día de la cuenta.
    12. Gimo como verdadero reo: con la culpa enrojece mí cara: perdona, oh Dios, al que suplica.
    13. Tú, que absolviste a María y escuchaste al buen ladrón, a mí esperanza me diste.
    14. Mis plegarias no son dignas: pero tú haz bueno y benigno, que no arda en fuego perenne.
    15. Colócame entre las ovejas, y apártame de los cabritos, poniéndome a la parte diestra.
    16. Refutados los malditos, aplicadas las crueles llamas: llévame con los benditos.
    17. Ruégote humilde y sumiso, el corazón, como ceniza, deshecho: Ten cuidado de mi fin.
    18. Lacrimoso día aquel, en que surgirá del polvo el hombre para ser juzgado reo.
    19. Perdona, pues, a éste, oh Dios: oh piadoso señor Jesús, dales el descanso. Amén.

EVANGELIO

Continuación del santo Evangelio según S. Juan (Jn., V, 25-29).

En aquel tiempo dijo Jesús a las turbas de los judíos: En verdad, en verdad os digo, que ha llegado la hora, y es ésta, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios: y, los que la escucharen, vivirán. Porque, como el Padre tiene la vida en si mismo, así dió también al Hijo el tener la vida en sí mismo: y le dió poder de juzgar, porque es el Hijo del hombre. No os maravilléis de esto, porque llega la hora en que, todos los que están en los sepulcros, oirán la voz del Hijo de Dios; e irán los que obraron bien, a la resurrección de la vida y los que obraron mal, a la resurrección del juicio.

LA vOZ DEL JUEZ. — El purgatorio no es eterno. Su duración es infinitamente diversa según las sentencias del juicio particular que sigue a la muerte de cada uno; para ciertas almas más culpables o que, excluidas de la comunión católica, están privadas de los sufragios de la Iglesia, puede prolongarse a siglos enteros, aunque la misericordia divina se dignase librarlas del infierno. Mas al fin del mundo y de todo lo que es temporal se ha de cerrar el purgatorio. Dios sabrá conciliar su justicia y su gracia en la purificación de los últimos llegados de la raza humana, supliendo, v. gr., con la intensidad de la pena expiatoria lo que podría faltar a la duración. Pero, en lo que se refiere a la bienaventuranza, mientras las sentencias del juicio particular son con frecuencia suspensivas y dilatorias y dejan provisionalmente el cuerpo del elegido y del condenado a la suerte común de la sepultura, el juicio universal tendrá carácter definitivo tanto para el cielo como para el infierno, y sus sentencias serán absolutas y se ejecutarán al instante íntegramente. Vivamos, pues, a la expectativa de la hora solemne en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios. El que tiene que venir, vendrá y no tardará, nos recuerda el Doctor de las gentes; su día llegará rápido y de improviso como un ladrón, nos dicen con él, el Príncipe de los Apóstoles y Juan el discípulo amado, haciendo eco a la palabra del mismo Jesucristo: como el relámpago sale del oriente y brilla hasta el occidente, así será la venida del Hijo del Hombre.

Asimilémonos los sentimientos expresados en el Ofertorio de los difuntos. Aunque las benditas almas del purgatorio tienen asegurada para siempre la eterna bienaventuranza y ellas lo saben bien, con todo eso, el camino más o menos largo que las conduce al cielo, se abre entre el peligro del último asalto diabólico y las angustias del juicio. La Iglesia, pues, abarcando con su oración todas las etapas de esta vía dolorosa, anda solícita para no descuidar la entrada; y no teme llegar para eso demasiado tarde. Para Dios, cuya mirada abarca todos los tiempos, la súplica que hoy hace la Iglesia, estaba ya presente en el momento del paso tremendo y procuraba a las almas la ayuda que aquí se pide. Además, esta misma súplica la va siguiendo a través de los altibajos de su lucha contra las potestades del abismo, de las cuales se sirve Dios como de instrumentos en la expiación reclamada por su justicia, según lo han comprobado más de una vez los Santos. En esta hora solemne, en que la Iglesia presenta sus ofrendas para el augusto y omnipotente Sacrificio, redoblemos nosotros también nuestros ruegos por los finados. Imploremos su liberación de las fauces del león. Supliquemos al glorioso Arcángel, prepósito del paraíso, sostén de las almas al salir de este mundo, su guía enviado “por Dios, que las conduzca a la luz, a la vida, a Dios mismo, que se prometió como recompensa a los creyentes en la persona de su padre Abraham.

OFERTORIO

Señor Jesucristo, Rey de la gloria, libra las almas de todos los fieles difuntos de las penas del infierno y del profundo lago: líbralas de la boca del león, para que no las absorba el tártaro, ni caigan en lo obscuro: sino que el abanderado San Miguel las presente en la luz santa: * Que prometiste en otro tiempo a Abraham y a su descendencia, ℣. Ofrecérnoste, Señor, hostias y preces de alabanza: tú acéptalas por aquellas almas cuya memoria celebramos hoy: hazlas, Señor, pasar de la muerte a la vida: * Que prometiste en otro tiempo a Abraham y a su descendencia.

La fe, cuyas obras practicaron, es garantía para las almas del purgatorio de la recompensa postrera y la que hace a Dios propicio ante los dones ofrecidos en favor de ellas.

SECRETA

Suplicárnoste, Señor, mires propicio estas hostias que te ofrecemos por las almas de tus siervos y siervas: para que, a quienes diste el mérito de la fe cristiana, les des también el premio. Por Nuestro Señor Jesucristo.

PREFACIO

Es verdaderamente digno y justo, equitativo y saludable que siempre y en todas partes te demos gracias a ti, Señor santo. Padre omnipotente, Dios eterno, por Cristo nuestro Señor. En quien brilló para nosotros la esperanza de una resurrección bienaventurada, de suerte que a quienes contrista la certeza de tener que morir, los consuele la promesa de la futura inmortalidad. Porque a tus siervos. Señor, la vida se les cambia, no se les quita: y, desmoronada la casa de esta terrestre morada, alcanzan en los cielos una mansión eterna. Y, por eso, con los Angeles y los Arcángeles, con los Tronos y las Dominaciones, y con todo el ejército de la celeste milicia, cantamos el himno de tu gloria, diciendo sin cesar: Santo, Santo, Santo, etc.

Al Agnus Dei, la petición del descanso para los difuntos suple a la de la paz por los vivos.

Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, dales el descanso.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, dales el descanso.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, dales el descanso sempiterno.

Como caen los copos silenciosos de una nieve abundante en un día de invierno, así suben blancas y apacibles las almas liberadas, ahora cuando en todo el mundo, al finalizar sus largas súplicas, la Iglesia derrama a raudales sobre las llamas expiatorias la sangre redentora. Hechos fuertes con el valimiento que da a nuestra oración el participar en los Misterios sagrados, digamos con ella en la Comunión:

COMUNION

Brille para ellos, Señor, la luz eterna: * Con tus Santos para siempre: porque eres piadoso. ℣. Dales, Señor, el descanso eterno: y brille para ellos la luz perpetua. * Con tus Santos para siempre: porque eres piadoso.

Es tal, no obstante eso, y tan por encima de nuestros pensamientos humanos el misterio impenetrable y adorable de la justicia de Dios, que para algunas almas la expiación tiene que seguir aún. La Iglesia también, sin cansarse ni dejar de esperar, continúa su oración en la Poscomunión. La Santa Madre Iglesia recordará a los difuntos todos los días y a todas las Horas del oficio, en todas las Misas que se ofrecen a lo largo del año, de cualquier solemnidad que sean.

POSCOMUNION

Rogárnoste, Señor, hagas que la oración de los que te suplicamos, aproveche a las almas de tus siervos y siervas: para que las libres de todos los pecados y las hagas participantes de tu redención. Tú, que vives.

El Benedicamus Domino, que hace las veces del Ite missa est en las misas en que se suprime el Gloria in excelsis, se reemplaza en las de difuntos por una invocación en favor de los finados:

Descansen en paz. ℟. Amén.

LAS TRES MISAS. — Aquí no damos más que el texto de la misa que se celebra por todos los fieles difuntos. Cada cual puede encontrar fácilmente en su misal el texto de las otras dos. Desde 1915, gracias a la piedad de Benedicto XV, los sacerdotes pueden en este día celebrar tres misas: una de ellas, a intención del celebrante, la segunda se dice por las intenciones del Papa y la tercera por todos los fieles difuntos.

Quiso Benedicto XV ayudar con esta generosidad no sólo a los miles y miles que durante la guerra cayeron en los campos de batalla, sino también a las almas cuyas fundaciones de misas habían sido robadas por la Revolución y confiscación de los bienes eclesiásticos.

Más recientemente Pío XI concedió una Indulgencia plenaria, aplicable a las almas del purgatorio, por la visita que se hiciese a un cementerio el 2 de noviembre y cualquier otro día de la Octava, pero con la condición de rezar por las intenciones del Romano Pontífice.

Estas son las intenciones   por las que debemos orar que la Santa Iglesia ha establecido tradicionalmente para ganar la indulgencia plenaria:

 

1. La exaltación de la Iglesia

2. La propagación de la fe.

3. La extirpación de la herejía

4. La conversión de los pecadores

5. Paz y concordia entre los príncipes (gobernantes) cristianos.

6. Todos los demás bienes del pueblo cristiano

martes, 1 de noviembre de 2022

1 de noviembre: Fiesta de todos los Santos

 LA FIESTA DE LA IGLESIA TRIUNFANTE. — Vi tilla gran muchedumbre, que nadie podía contar, de todas las naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban de pie delante del trono y del Cordero, vestidos de túnicas blancas y con palmas en sus manos y clamaban con voz poderosa: ¡Salud a nuestro Dios!

Ha pasado el tiempo; es todo el linaje humano ya redimido el que se presenta ante los ojos del profeta de Patmos. La vida militante y miserable de este mundo tendrá su fin un día. Nuestra raza tanto tiempo perdida reforzará los coros de los espíritus puros que disminuyó antaño la rebelión de Satanás; los ángeles fieles, uniéndose al agradecimiento de los rescatados por el Cordero, exclamarán con nosotros: La acción de gracias, el honor, el poderlo y la fuerza a nuestro Dios por los siglos de los siglos.

Y esto será el fin, como dice el Apóstol: el fin de la muerte y del sufrimiento; el fin de la historia y de sus revoluciones, que en lo sucesivo comprenderemos. El antiguo enemigo, arrojado al abismo con sus partidarios, sólo existirá para ser testigo de su eterna derrota. El Hijo del Hombre, libertador del mundo, habrá entregado el mando a Dios, su Padre, término supremo de toda la creación y de toda redención: Dios será todo en todas las cosas. Mucho antes que San Juan, cantaba Isaías: He visto al Señor sentado sobre un trono elevado y sublime; las franjas de su vestido llenaban el templo y los Serafines clamaban uno a otro: Santo, Santo, Santo el Señor de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria.

Las franjas del vestido divino significan aquí los elegidos, convertidos en ornamento del Verbo, esplendor del Padre, pues, siendo cabeza de todo el género humano desde el momento en que se desposó con nuestra naturaleza, esta esposa es su gloria, como El es la de Dios. Las virtudes de los santos son el único adorno de nuestra naturaleza; ornato maravilloso que, cuando reciba la última mano, será indicio de que llega el fin de los siglos. Esta fiesta es el anuncio más apremiante de las bodas de la eternidad; cada año celebramos en ella el progreso que en sus preparativos hace la esposa.

CONFIANZA. — ¡Dichosos los invitados a las bodas del Cordero! Y ¡felices también nosotros, que recibimos en el bautismo la veste nupcial de la santa caridad como un título para el banquete de los cielos! Preparémonos, con nuestra Madre la Iglesia, al destino inefable que nos reserva el amor. A este fin tienden nuestros afanes de este mundo: trabajos, luchas, padecimientos sufridos por amor de Dios realzan con franjas inestimables el vestido de la gracia que hace a los elegidos. ¡Bienaventurados los que lloran!


Lloraban aquellos a quienes el salmista nos presenta abriendo antes que nosotros el surco de su carrera mortal; su alegría triunfante llega ahora hasta nosotros, lanzando como un rayo de gloria anticipada sobre este valle de lágrimas. Sin esperar a la muerte, la solemnidad que hemos comenzado nos da entrada por medio de una santa esperanza en la mansión de la luz, a donde siguieron a Jesús nuestros padres. ¡Qué pruebas no nos parecerán livianas ante el espectáculo de la eterna felicidad en que terminan las espinas de un día! Lágrimas derramadas sobre los sepulcros recién abiertos, ¿cómo es posible que la felicidad de los seres queridos que desaparecieron no mezcle con vuestra tristeza un placer celestial? Escuchemos los cantos de liberación de aquellos cuya separación momentánea nos hace llorar; pequeños o grandes, ésta es su fiesta, como pronto lo será nuestra. En esta estación en que abundan las escarchas y las noches son más largas, la naturaleza, deshaciéndose de sus últimas galas, se diría que prepara al mundo para su éxodo hacia la patria eterna.


Cantemos, pues, nosotros también con el salmo: “Me he alegrado de lo que se me ha dicho: iremos a la casa del Señor. Nuestro pies sólo pisan aún en tus atrios, pero vemos que no cesas en tu crecimiento, Jerusalén, ciudad de paz, que te edificas en la concordia y en el amor. La subida hacia ti de las tribus santas se continúa en la alabanza; los tronos tuyos que aún están vacíos, se llenan. Sean todos los bienes, oh Jerusalén, para los que te aman; el poder y la abundancia reinen en tu afortunado recinto. A causa de mis amigos y de mis hermanos que ya son habitantes tuyos, puse en ti mis complacencias; por el Señor nuestro Dios, cuya mansión eres, coloqué en ti todo mi deseo”.


HISTORIA DE LA FIESTA.—En Oriente encontramos los primeros vestigios de una fiesta en honor de los Mártires. San Juan Crisóstomo pronunció una homilía en honra suya en el siglo iv y, en el anterior, celebraba San Gregorio Niseno solemnidades junto a sus sepulcros. En 411, el calendario siríaco nos señala la Conmemoración de los Confesores el sexto día de la semana de Pascua, y en 359, el 13 de mayo, en Edesa, se hace “memoria de los mártires de todo el mundo”.


En Occidente, los Sacramentarios de los siglos v y vi contienen muchas misas en honor de los santos mártires que se celebran sin día fijo. El 13 de mayo de 610, el Papa Bonifacio IV dedicó el templo pagano del Panteón, trasladó a él muchas reliquias y quiso se llamase en lo sucesivo Sancta Maria ad Martyres. El aniversario de esta dedicación continuó festejándose con la intención de honrar en él a todos los mártires en general. Gregorio III consagraría en el siglo siguiente un oratorio “al Salvador, a su santa Madre, a todos los apóstoles, mártires, confesores y demás justos fenecidos en el mundo”.


En 835 Gregorio IV, deseando que la fiesta romana del 13 de mayo se extendiese a toda la Iglesia, pidió al emperador Ludovico Pío que promulgase un edicto con ese fin y la fijase en el día primero de noviembre. Pronto tuvo su vigilia y Sixto IV, en el siglo xv, la daba también una Octava para toda la Iglesia.

MISA

“En las calendas de noviembre hay el mismo fervor que en Navidad para asistir al Sacrificio en honor de los Santos”, dicen los antiguos documentos relativos a este día. Por general que fuese la fiesta y aun por razón de su universalidad, ¿no era ésta motivo de especial alegría para todos y también un honor para las familias cristianas? Santamente orgullosas de aquellos cuyas virtudes se iban transmitiendo de generación en generación, la gloria que estos antepasados, desconocidos del mundo, tenían en el cielo, las daba a su parecer más nobleza que cualquier honra mundana. Pero la fe viva de aquellos tiempos veía además en esta fiesta una ocasión para reparar las negligencias voluntarias o forzosas que se habían tenido durante el año en el culto de los bienaventurados inscritos en el calendario público.

La antífona del Introito canta el triunfo de los Santos y nos invita a la alegría. ¡Alegría, pues, en la tierra, que sigue dando tan magníficamente su fruto! ¡Alegría entre los Angeles, que ven llenarse los vacíos de sus coros! ¡Alegría, dice el versículo, a todos los bienaventurados, a quienes dirigen sus cantos la tierra y el cielo!

INTROITO

Alegrémonos todos en el Señor, al celebrar esta fiesta en honor de todos los Santos: de cuya solemnidad se alegran los Angeles, y alaban juntos al Hijo de Dios. — Salmo: alegraos, justos, en el Señor: a los rectos conviene la alabanza. ℣. Gloria al Padre.

Los pecadores, los que estamos siempre en el destierro debemos ante todo, en cualquier circunstancia y en todas las fiestas, ser solícitos de la misericordia de Dios. Tengamos hoy una firme esperanza, ya que hoy la piden por nosotros tantos intercesores. Si la oración de un habitante del cielo es poderosa, ¿qué no alcanzará todo el cielo?

COLECTA

Omnipotente y sempiterno Dios, que nos has concedido venerar los méritos de todos tus Santos en una misma festividad: suplicárnoste que, multiplicados los intercesores, nos concedas la ansiada abundancia de tu propiciación. Por Nuestro Señor Jesucristo.


EPISTOLA

Lección del Libro del Apocalipsis del Ap. San Juan (Apoc., VII, 2-12).

En aquellos días he aquí que yo, Juan, vi subir del nacimiento del sol a otro Angel, que tenía el sello del Dios vivo: y clamó con gran voz a los cuatro Angeles a quienes se había ordenado dañar a la tierra y al mar, diciendo: No hagáis daño a la tierra, ni al mar, ni a los árboles, hasta que señalemos a los siervos de Dios en sus frentes. Y oí el número de los señalados: ciento cuarenta y cuatro mil señalados de todas las tribus de los hijos de Israel. De la tribu de Judá, doce mil señalados. De la tribu de Rubén, doce mil señalados. De la tribu de Gad, doce mil señalados, De la tribu de Aser, doce mil señalados. De la tribu Neftalí, doce mil señalados. De la tribu de Manasés, doce mil señalados. De la tribu de Simeón, doce mil señalados, “e la tribu de Leví, doce mil señalados. De la tribu de Isacar, doce mil señalados. De la tribu de Zabutón, doce mil señalados. De la tribu de José, doce mil señalados. De la tribu de Benjamín, doce mil señalados. Después de éstos, vi una gran muchedumbre, que nadie podía contar, de todas las gentes y tribus y pueblos y lenguas, que estaban ante el trono y en presencia del Cordero, vestidos con blancas ropas, y con palmas en sus manos: y clamaban con gran voz, diciendo: Salud a nuestro Dios, que se sienta sobre el trono, y al Cordero. Y todos los Angeles estaban en torno del trono y de los ancianos y de los cuatro animales: y cayeron delante del trono sobre sus rostros, y adoraron a Dios, diciendo: Amén. Bendición y claridad y sabiduría y acción de gracias y poder y fortaleza a nuestro Dios por los siglos de los siglos.j Amén.

LOS DOS EMPADRONAMIENTOS.—El Hombre-Dios, sirviéndose para ello de César Augusto, empadronó al mundo una vez por los días de su primera venida; era conveniente que al principio de la redención se hiciese de modo oficial un recuento del estado del mundo. Ahora ha llegado el tiempo de otro recuento que tiene que hacer constar en el libro de la vida el resultado de las obras ordenadas a la salvación.

San Gregorio se pregunta en una de las homilías de Navidad: “¿Para qué se hace este empadronamiento del mundo cuando nace el Señor, sino para hacernos comprender que venía vestido de la carne el que tenía que empadronar en la eternidad a los elegidos? Pero, al quedar por su culpa muchos fuera del beneficio del primer empadronamiento, que se extendía a todos los hombres por la redención del Salvador, se necesitaba otro definitivo, que separase de la universalidad del precedente a los culpables. Sean borrados del libro de los vivos; su lugar no está entre los justos; así habla el rey profeta y lo recuerda en el mismo lugar el santo Papa.

Aunque entregada completamente a la alegría, la Iglesia en este día sólo piensa en los escogidos; y únicamente de ellos se trata en el recuento solemne en el que, según acabamos de ver, irán a parar los anales del linaje humano. De hecho, ante Dios, ellos solos cuentan; los reprobos no son más que el deshecho de un mundo en el que sólo la santidad responde a los designios del Creador, al precio del amor infinito. Aprendamos a adaptar nuestras almas al molde divino que las tiene que hacer conformes a la imagen del Unigénito y sellarnos para el tesoro de Dios. Ninguno que esquive la impronta sagrada, evitará la de la bestia; el día que los Angeles cierren las cuentas eternas, cualquier moneda que no pueda ponerse en el activo divino, irá por sí misma a la hornaza, donde arderán eternamente las escorias.

Vivamos, por consiguiente, en el temor que nos recomienda el Gradual: no el del esclavo que sólo teme el castigo, sino el temor filial que nada teme tanto como desagradar a Aquel de quien nos vienen todos los bienes y que merece por su bondad todo nuestro amor. Sin perder nada de su felicidad, sin menguar su amor, las potestades angélicas y todos los bienaventurados se postran en el cielo con un santo temblor, delante de la augusta y tremenda Majestad.

GRADUAL

Temed al Señor, todos sus Santos: porque nada falta a los que le temen. ℣. Y a los que busquen al Señor no les faltará ningún bien.

Aleluya, aleluya. ℣. Venid a mí, todos los que tra-bajáis y estáis cargados: y yo os aliviaré. Aleluya.

EVANGELIO

Continuación del santo Evangelio según S. Mateo (Mt. V, 1-12).

En aquel tiempo, viendo Jesús a las turbas, subió a un monte y, habiéndose sentado, se acercaron a El sus discípulos, y, abriendo su boca, les enseñó, diciendo: Bienaventurados los pobres de espíritu: porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los mansos: porque ellos poseerán la tierra. Bienaventurados los que lloran: porque ellos serán consolados. Bienaven turados los que han hambre y sed de justicia: porque ellos serán hartos. Bienaventurados los misericordiosos: porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón: porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los pacíficos: porque serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia: porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados seréis vosotros, cuando os maldijeren, y os persiguieren, y dijeren contra vosotros todo mal, mintiendo, por mí: alegraos y gózaos, porque vuestra recompensa será muy grande en los cielos.

LAS BIENAVENTURANZAS.—Hoy está tan cerca la tierra del cielo, que un mismo pensamiento de felicidad llena los corazones. El Amigo, el Esposo, viene a sentarse en medio de los suyos y a hablar de su dicha. Venid, a mi todos cuantos andáis fatigados y agobiados, cantaba hace un momento el versículo del Aleluya, eco feliz de la patria, si bien nos recordaba nuestro destierro. E inmediatamente en el Evangelio se muestra la gracia y la benignidad de nuestro Dios y Salvador. Escuchémosle cómo nos enseña los caminos de la santa esperanza, las delicias dignas, garantía y anticipo de la dicha total de los cielos.

Dios, en el Sinaí, manteniendo al judío a distancia, sólo tenía para él preceptos y amenazas de muerte. ¡De qué modo tan distinto se promulga la ley de amor en la cumbre de esa otra montaña, donde se sentó el Hijo de Dios! Las ocho Bienaventuranzas han ocupado al principio del Nuevo Testamento el lugar que ocupaba, como prólogo del Antiguo, el Decálogo grabado en piedra.

No es que las Bienaventuranzas supriman los mandamientos; pero su justicia superabundante va más allá que todas las prescripciones. Las hizo Jesús de su Corazón para imprimirlas en el corazón de su pueblo y no en la roca. Son todo un retrato del Hijo del Hombre, el resumen de su vida redentora. Mira, pues, y obra conforme al modelo que se te ha puesto delante en el monte.

La pobreza fué ciertamente la primera nota del Dios de Belén; y ¿quién se presentó más manso que el Hijo de María? ¿Quién lloró por causas más nobles en el pesebre donde ya expiaba nuestros pecados y aplacaba a su Padre? Los que tienen hambre de la justicia, los misericordiosos, los puros de corazón, los pacíficos ¿dónde encontrarán, sino en El, el ejemplar incomparable, nunca logrado, siempre imitable? Aun la muerte, que hace de El el augusto capitán de los perseguidos por la justicia es en este mundo la bienaventuranza suprema; en ella se complace la Sabiduría encarnada más que en otra ninguna, de ella habla con insistencia, la describe con pormenores, hasta terminar hoy con ella como en un canto de éxtasis.

La Iglesia no tuvo otro ideal; siguiendo al Esposo, su historia en las diversas épocas no fué más que el eco prolongado de las Bienaventuranzas. Entendámoslo también nosotros; para la felicidad de nuestra vida en la tierra esperando la del cielo, sigamos al Señor y a la Iglesia.

Las Bienaventuranzas evangélicas logran que el hombre supere los tormentos y hasta la misma muerte, que no quita la paz a los justos, antes la consuma. Esto precisamente es lo que canta el Ofertorio, sacado del libro de la Sabiduría.

OFERTORIO

Las almas de los justos están en la mano de Dios, y no los tocará el tormento de la malicia: a los ojos de los necios pareció que morían: pero ellos están en la paz, aleluya.

El Sacrificio al que tenemos la dicha de asistir, dice la Secreta que da gloria a Dios, honra a los Santos y nos granjea a nosotros el favor divino.

SECRESTA

Ofrecérnoste, Señor, estos dones de nuestra devoción: los cuales te sean gratos a ti en honor de todos los Justos y, por tu misericordia, sean saludables a nosotros. Por Nuestro Señor Jesucristo.

La Antífona de la Comunión es un eco de la lección evangélica, pero, no pudiendo enumerar otra vez la serie completa de las Bienaventuranzas, recuerda las tres últimas y justamente relaciona a todas con el Sacramento divino de que se nutren.

COMUNION

Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios: bienaventurados los pacíficos, porque serán llamados hijos de Dios: bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.

La Iglesia pide en la Poscomunión que esta fiesta de todos los Santos tenga por resultado hacer que sus Irjos los honren asiduamente, para beneficiarse también siempre de su poder cerca de Dios.

POSCOMUNION

Suplicárnoste, Señor, concedas a tus pueblos fieles la gracia de alegrarse siempre con la veneración de todos los Santos: y la de ser protegidos con su perpetua intercesión. Por Nuestro Señor Jesucristo.

LA TARDE

LAS VISPERAS DE LOS DIFUNTOS

De la última Antífona, que cierra la solemnidad de los Santos, se desprende un sentimiento, de inefable dulzura y de deseo resignado. Pero el día no ha terminado aún para la Iglesia. Casi no ha despedido a sus hijos gloriosos, que con túnicas blancas van desapareciendo en pos del Cordero y ya la multitud innumerable de las almas pacientes la rodea en las puertas de la gloria; sólo piensa en cederles su voz y su corazón. El aderezo resplandeciente que la recordaba el blanco vestido de los bienaventurados, se ha trocado en los colores de luto; han desaparecido sus ornamentos y las flores de sus altares; el órgano guarda silencio; el toque de las campanas parece lamento de los muertos. A las Vísperas de todos los Santos suceden sin transición las Vísperas de los Difuntos.

No hay elocuencia ni ciencia que puedan alcanzar la profundidad de doctrina y la fuerza de súplica que predominan en el oficio de los Difuntos. Sólo la Iglesia conoce en este punto los secretos de la otra vida, los caminos del Corazón de Cristo; sólo la Madre posee ese tino que la permite aliviar la purificación dolorosa de los que han salido ya de este mundo y consolar a la vez a los huérfanos, a los desamparados, a los que dejaron en la tierra envueltos en lágrimas.

PRIMER SALMO. — DILEXI: el primer canto del purgatorio es un canto de amor, como el último del cielo en esta fiesta memorable ha sido el CREDIDI, salmo que recordaba la fe y las pruebas por que pasaron los elegidos. Vínculo común del alma paciente y del alma triunfante, la caridad es para las dos su dignidad y su inamisible tesoro; pero, como la visión que sigue a la fe no deja en la una más que un gozarse en el amor, así este mismo amor se convierte para la otra, en la sombra donde la retienen sus faltas no expiadas todavía, en una fuente inefable de tormentos. Con todo, ya se acabaron las angustias de este mundo, los peligros del infierno; confirmada en gracia, el alma ya no vuelve a pecar; no tiene más que agradecimiento para la misericordia divina que la ha salvado y para la justicia que la purifica y hace digna de Dios. Y; es tal su estado de aquiescencia absoluta, de esperanza resignada, que la Iglesia le llama: “un sueño de paz”.

¡Llegar un día a agradar a Dios sin restricción! Separada ya del cuerpo que la distraía y, la entorpecía con mil cuidados inútiles, el alma queda absorta en esta única aspiración; a satisfacerla, tienden todas sus energías, todos los tormentos por los cuales da gracias al cielo, que la ayuda en su flaqueza. ¡Bendito crisol en que. se consumen las reliquias del pecado y de modo tan completo se paga toda la deuda! Borradas ya totalmente las antiguas manchas, de sus liamas bienhechoras volará el alma al Esposo, considerándose verdaderamente feliz y segura de que las complacencias del Amado no encontrarán en ella obstáculo alguno.

SEGUNDO SALMO. — Mas su destierro se prolonga harto dolorosamente. Si por la caridad está en comunión con los habitantes del cielo, el fuego que la castiga no difiere en su materialidad del de los infiernos. Su morada está junto a la de los malditos; tiene que aguantar la vecindad del Cedar infernal, de los advesarios de toda paz, de los demonios que la persiguieron en su vida mortal con asaltos y asechanzas y que en el tribunal de Dios seguían acusándola con bocas mentirosas. “De la puerta del infierno, líbrala”, va a suplicar pronto la Iglesia.

TERCER SALMO.—El alma, con todo, no desfallece; levantando sus ojos a los montes, sabe que puede contar con el Señor, que no la han desamparado ni el cielo, que la espera, ni la Iglesia, de quien es hija. Por muy cerca que se encuentre de la región de los llantos eternos, no es inaccesible a los Angeles el purgatorio, donde la justicia y la paz se dan el abrazo. A las comunicaciones divinas con que estos mensajeros augustos la llevan un alivio, se junta el eco de la oración de los bienaventurados, de los sufragios de la tierra. El alma está sumamente segura de que el único mal que merece ese nombre, el pecado, no puede hacerla ya daño ninguno.


SALMO CUARTO. — El uso del pueblo cristiano ha hecho del salmo 129 una oración especial por los difuntos; es un grito de angustia, pero también de esperanza.

La aflicción de las almas en la mansión de la expiación es a propósito para conmover nuestros corazones. Sin estar en el cielo ni pertenecer a la tierra, perdieron los privilegios que por disposición divina compensan en nosotros los peligros del viaje en este mundo de prueba. Por perfectos que sean todos sus actos de amor, de esperanza y de fe resignada, no pueden merecer ya; y son esas almas tan aceptas a Dios, que sus indecibles tormentos nos merecerían a nosotros la recompensa de millares de mártires; en cambio, tratándose de la eternidad, nada ponen en el activo de esas almas; sólo valen para dejar arreglada una cuenta examinada en otro tiempo por sentencia del Juez.

Ni pueden merecer, ni tampoco pueden satisfacer, como nosotros, a la justicia por actos equivalentes aceptados de Dios. Su impotencia para valerse por sí mismas es más radical aún; que la del paralítico de Betsaida; la piscina de salvación, con el augusto sacrificio, los Sacramentos y el uso de las llaves que se confiaron a la Iglesia, es algo que pertenece a este mundo.

La Iglesia, pues, no tiene ya jurisdicción sobre ellas, las ama, en cambio, con la misma ternura de Madre, y se sirve, en favor de ellas, de su poder de intercesión cerca del Esposo, poder, que es siempre grande. La Iglesia hace suya la oración del Esposo; y, abriendo el tesoro recibido de la copiosa redención del Señor, ofrece al Señor, que lo formó para ella, su fondo dotal, con el fin de obtener la liberación de esas almas o el alivio de sus penas; y así sucede que, sin lesionar otros derechos, la misericordia penetra y se desborda en los abismos en que sólo reinaba la inexorable justicia.

SALMO QUINTO. — Te alabaré porque me has escuchado. La Iglesia nunca ruega en vano. El último salmo canta su agradecimiento y el de las almas que habrán salido de los abismos o se han acercado a los cielos por el oficio que va a terminar. Gracias a él más de una, que esta mañana permanecía aún cautiva, hace su entrada en la luz al crepúsculo de esta fiesta de todos los Santos, cuya gloria y alegría se aumenta de ese modo en el último momento. Sigamos con el corazón y el pensamiento a las nuevas elegidas, las cuales, sonriéndonos y dándonos gracias a nosotros, hermanos suyos o hijos, se levantan radiantes de la región de las sombras y cantan: Señor, te glorificaré en presencia de los Angeles; te adoraré, pues, en tu santo templo. No, el Señor no desprecia las obras de sus manos.

EL MAGNÍFICAT.—Y así como toda gracia de Cristo nos viene en esta vida por María, así también por medio de ella se obra, después de esta vida mortal, toda liberación y se consigue cualquier beneficio. En cualquier parte a donde llegue la redención del Hijo, allí ejerce su imperio la Madre. Por eso, las visiones de los Santos nos la presentan como verdadera Reina del purgatorio, ya se haga representar en él benignamente por los Angeles de su corte, ya, penetrando en aquellas sombrías bóvedas como aurora del día eterno, se digne derramar con abundancia el rocío matutino. ¿Faltará por ventura alguna vez, dice el Espíritu Santo, la nieve del Líbano a la piedra del desierto? Y ¿quién podrá impedir a las aguas frescas caminar al valle? Comprendamos, pues, el cántico del Magníficat en el oficio de Difuntos: es el homenaje de las almas que llegan a los cielos; y es también la dulce esperanza de las que aún permanecen en la mansión de la expiación.

CONCLUSIÓN. — Día grande y bello es en verdad este día. La tierra, colocada entre el purgatorio y el cielo, los ha aproximado a los dos. El augusto misterio de la comunión de los Santos se muestra en toda su amplitud. La inmensa familia de los hijos de Dios se nos ofrece a la vista, una por el amor y distinta en sus tres estados de felicidad, de prueba y de expiación puriflcadora; la expiación y la prueba durarán sólo algún tiempo; la felicidad no tendrá fin. Es el digno coronamiento de las enseñanzas de la liturgia. Irá creciendo la luz cada día de la octava.

Pero en este momento todas las almas se recogen en el culto de sus seres más queridos, de sus recuerdos más nobles. Al dejar la casa de Dios, tengamos piadosamente nuestro pensamiento en el que a ello tiene derecho. Es la fiesta de nuestros carísimos difuntos. Escuchenaos atentamente su voz, que de campanario en campanario, a través del mundo cristiano, resuena tan dulce y tan suplicante desde las primeras horas de esta noche de noviembre. Esta tarde o mañana debemos visitar la tumba donde descansan en paz sus restos mortales. Roguemos por ellos y también pidámosles por nosotros; no temamos hablarles continuamente de los intereses que les fueron queridos en la presencia de Dios. Porque Dios los ama y por una especie de satisfacción concedida a su bondad, los escucha mucho más cuando piden para otros, ya que su justicia los mantiene en un estado de la más absoluta impotencia de lo que a ellos se refiere.