Año Litúrgico – Dom Prospero Gueranger, Abad de Solesmes
¿Hay nombre más ilustre que el de San Atanasio entre los secuaces de la Palabra de verdad, que Jesús trajo a la tierra? ¿No es este nombre, símbolo del valor indomable en la defensa del depósito sagrado, de la firmeza del héroe frente a las más terribles pruebas de la ciencia, del genio, de la elocuencia, de todo lo que puede representar el ideal de santidad del Pastor unido a la doctrina del intérprete de las cosas divinas? Atanasio vivió para el Hijo de Dios; su causa fué la de Atanasio; quien estaba con Atanasio estaba con el Verbo eterno, y quien maldecía al Verbo eterno maldecía a Atanasio.
EL ARRIANISMO.— Nunca corrió la fe peligro mayor que en los días que siguieron a la paz de la Iglesia y que fueron testigos de la más espantosa tempestad que había combatido a la barca de Pedro. En vano pretendió Satanás ahogar en su sangre la descendencia de los adoradores de Jesús; la espada de Diocleciano y Galerio se había embotado en sus manos y la cruz que brillaba en los cielos proclamaba el triunfo del cristianismo. De pronto, la Iglesia victoriosa se siente sacudida en sus mismos cimientos.
El infierno envalentonado vomitó sobre la tierra una herejía que amenazaba devorar en poco tiempo el fruto de tres siglos de martirio. El impío Arrio se atreve a decir, que Aquel que fué adorado como Hijo de Dios por tantas generaciones después de los Apóstoles, no es sino una criatura más perfecta que las demás. Se produce entonces una enorme defección hasta entre las filas de la jerarquía sagrada; el poder de los Césares se pone del lado de la apostasía; y si no hubiera intervenido el mismo Señor, pronto hubieran dicho los hombres que la victoria del cristianismo no tuvo otro resultado que transformar el culto pagano sustituyendo sobre los altares un ídolo por otros que primeramente habían recibido el incienso antes que él.
EL DEFENSOR DE LA FE. — Pero el que había prometido que las puertas del infierno no prevalecerían contra la Iglesia, no tardó en cumplir su promesa. La fe primera triunfó: el concilio de Nicea reconoció y proclamó al Hijo consubstancial al Padre; pero necesitaba la Iglesia un hombre que, por decirlo así, encarnase la causa del Verbo, un hombre tan docto que pudiera desenmascarar los embustes de la herejía, y tan fuerte que pudiera atraer sobre sí todos los golpes, sin desfallecer jamás. Este hombre fué San Atanasio; quien adore y ame al Hijo de Dios, debe amar y glorificar a Atanasio. Desterrado hasta cinco veces de su Iglesia de Alejandría, perseguido a muerte por los arríanos, vino a buscar ya un refugio, ya un lugar de destierro en Occidente, que tuvo a gala acoger con cariño al ilustre confesor de la divinidad del Verbo. En recompensa de la hospitalidad que Roma le dispensó, Atanasio la hizo partícipe de sus tesoros, Admirador y gran amigo de Antonio, profesaba un afecto especial a los monjes, que la gracia del Espíritu Santo había hecho brotar en los desiertos de su vasto patriarcado. Trajo a Roma esta preciosa semilla, y los monjes que la acompañaban fueron los primeros que vió Occidente. La planta celeste se aclimató, y aunque su crecimiento fué lento al principio, en lo sucesivo fructificó más aún que en Oriente.
EL DOCTOR DE LA PASCUA. — Atanasio que expuso en sus escritos con tanta claridad y magnificencia el dogma de la divinidad de Jesucristo, celebró también el misterio de Pascua con elocuente majestad en sus Cartas festales, que dirigía cada año a las iglesias de su Patriarcado de Alejandría. La colección de sus cartas, que se daba por perdidas y no se conocía más que por algunos cortos fragmentos, se ha hallado casi completa en el monasterio de Santa María de Scete, en Egipto. La primera, que se refiere al año 329, comienza por las siguientes palabras, que expresan admirablemente los sentimientos que deben sentir todos los cristianos a la llegada de la Pascua. “Venid, muy amados, dice Atanasio a los fieles sometidos a su autoridad pastoral, venid a celebrar la fiesta; la hora presente os invita. Al dirigir sobre nosotros sus divinos rayos, el Sol de justicia nos anuncia que el tiempo de la solemnidad se aproxima. Ante esta noticia celebremos fiesta y no dejemos que la alegría se nos vaya con el tiempo que nos la trajo sin haberla experimentado.” Durante sus destierros Atanasio continuó dirigiendo a su pueblo la Carta pascual; sólo se vieron privados de ella algunos años. He aquí el principio de la que anuncia el comienzo de Pascua del año 338; fué enviada desde Tréveris a Alejandría. “Aunque lejos de vosotros, hermanos míos, no dejo de conservar la costumbre que siempre he observado con vosotros, desde que recibí de la tradición de los Padres. No guardaré silencio y no dejaré de anunciaros la Santa Fiesta anual, y el día en que debéis celebrar la solemnidad. Preso de las tribulaciones de las cuales sin duda habréis oído hablar, abrumado por las más graves pruebas, colocado bajo la vigilancia de los enemigos de la verdad, que espían cuanto escribo para encontrar de qué acusarme y aumentar de este modo mis males, siento sin embargo de eso, que el Señor me da fuerza y me consuela en mis tribulaciones. Me dirijo, pues, a vosotros, desde los confines de la tierra en medio de mis penas y através de las insidias que me rodean para haceros la proclamación anual del anuncio de la Pascua que es nuestra salvación. Dejando en manos del Señor mi suerte he querido celebrar con vosotros esta fiesta; la distancia de los lugares nos separa, pero yo no estoy ausente de vosotros. El Señor que nos concede las fiestas, que es El mismo nuestra fiesta, que nos ha dado el Espíritu Santo, nos une espiritualmente con los lazos de la concordia y de la paz.”
¡Qué magnífica es la Pascua celebrada por Atanasio desterrado en las orillas del Rin, unido espiritualmente con su pueblo que la celebraba a orillas del Nilo! ¡Cómo manifiesta el vínculo poderoso de la liturgia para unir a los hombres y hacerlos saborear en un momento, a pesar de las distancias, las mismas santas emociones y excitar en ellos las mismas aspiraciones hacia la virtud! Griegos o bárbaros, la Iglesia es nuestra patria común; pero la liturgia es junto con la fe, el medio por el cual todos nosotros formamos una familia, y la liturgia nada tiene de más expresivo en el sentido de la unidad, que la celebración de la Pascua. Las desdichadas iglesias del Oriente y del Imperio ruso, apartándose del resto del mundo cristiano para celebrar un día, exclusivo para ellas la Resurrección del Salvador, demuestran por esto que no forman parte del único rebaño del que El es el único pastor.
VIDA. — Nació San Atanasio en Alejandría, hacia el año 295. Joven aun recibió las Ordenes, y se distinguió por su ciencia y su piedad, y prontó llegó a ser el colaborador preferido de su tío Alejandro, obispo entonces de Alejandría. En 320, siendo diácono, San Atanasio publicó su primera obra doctrinal: “Discurso contra los gentiles y sobre la Encarnación del Verbo”. Acompañó en 325 a Alejandro al concilio de Nicea y contribuyó a al condenación de Arrio. El 328, sucedió a su tío en la silla de Alejandría y trabajó en reducir toda la provincia de Egipto a la fe ortodoxa. Su celo le mereció ser duramente combatido por los herejes. Habiéndo abrazado los emperadores el partido de los arrianos, no tardaron, a consecuencias de calumnias, en condenarlo como rebelde. Cinco veces le desterraron. De 335 a 337 a Tréveris. En 339 se refugió en Roma, donde le defendió el Papa. Las demás veces, antes de abandonar su rebaño, prefirió esconderse en el mismo Egipto, donde los monjes, que le tenían en gran veneración le ofrecieron en la Tebaida refugio inviolable. Desde allí publicó fulgurantes obras polémicas contra los arríanos. En todo su largo pontificado, no conoció sino un período de tranquilidad: fué la “década de oro” de 346 a 356, durante la cual pudo entregarse en paz a su ministerio episcopal, instruyendo a su pueblo y a su clero, socorriendo a los desgraciados y favoreciendo la vida monástica. Los últimos años los pasó en paz. Murió en. Alejandría en 373. Su cuerpo fué trasladado a Constantinopla, y en 1454 a Venecia. Su cabeza dicen se halla en Semblancay, en Turena. ELOGIO.— ¡Oh Atanasio! te sentaste en la sede de Marcos en Alejandría. El salió de Roma para ir a fundar la segunda sede patriarcal: y tres siglos más tarde tú llegabas a Roma, sucesor de Marcos, para obtener del sucesor de Pedro que la injusticia y la herejía no prevalecieran contra esa silla augusta. Nuestro Occidente te admiró héroe sublime de la fe; te recibió en su seno; veneró en ti al noble desterrado, al confesor valeroso; y tu estancia en nuestras regiones quedó entre sus más caros y gloriosos recuerdos.
ORACIÓN POR LA IGLESIA. — Sé el abogado de las regiones en que otro tiempo se extendió tu jurisdicción de Patriarca y acuérdate también del apoyo y hospitalidad que te ofreció Occidente. Roma te protegió, tomó a pecho tu causa, promulgó la sentencia en que te declaraba inocente y te restituía tus derechos; desde las alturas de los cielos devuélvela cuanto hizo por ti; sostén y alienta a su Pontífice, sucesor del Papa Julio I, que te ayudó hace ya diez y seis siglos. Una terrible tempestad se ha desencadenado contra la roca que sostiene a todas las iglesias y el iris de paz no brilla aún en las nubes. Ruega, oh Atanasio, para que estos tristes días sean abreviados y que la silla de Pedro deje de ser el blanco de los ataques de mentira y de la violencia que a la vez son objeto de escándalo pará los pueblos.
PLEGARIA POR LA CONSERVACIÓN DE LA FE. — Tus trabajos, oh gran doctor, ahogaron el arrianismo; pero esta odiosa herejía ha levantado la cabeza en estos días. Extiende sus estragos a favor de esa caricatura de ciencia que se une al orgullo y que ha llegado a ser el gran peligro de los tiempos presentes. El Hijo eterno de Dios, consubstancial al Padre, es blasfemado por los adeptos de una filosofía perniciosa que no tiene inconveniente en ver en El al primero de todos los hermanos, con tal de afirmar que sólo fué hombre. En vano la razón y la experiencia demuestran que todo es sobrenatural en Jesús; ellos se obstinan en cerrar los ojos, y llenos de mala fe, a un lenguaje de admiración hipócrita mezclan el desprecio por la fe cristiana que reconoce en el Hijo de María al Verbo eterno, encarnado para la salvación de los hombres. Confunde a los nuevos arríanos, pón al descubierto su soberbia debilidad y sus artificios; disipa ilusión de sus desgraciados adeptos; que al fin sea reconocido que esos pretendidos sabios que se atreven a blasfemar de la divinidad de Cristo, van a perderse en los vergonzosos abismos del panteísmo, o en el caos del escepticismo, en cuyo seno desaparece toda moral y toda inteligencia se apaga.
Conserva en nosotros, por tus méritos y oraciones, el don precioso de la fe que el Señor se dignó confiarnos; alcánzanos que confesemos y adoremos siempre a Jesucristo como a nuestro Dios eterno e infinito, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado y no hecho, que se dignó tomar carne de María por nosotros los hombres y por nuestra salvación. Revélanos sus grandezas hasta el día en que podamos contemplarlas contigo en la gloria. Entretanto conversaremos con El por la fe sobre esta tierra testigo de los esplendores de su resurrección.
Amaste a este Hijo de Dios, Creador y Salvador nuestro. Su amor fué el alma de tu vida, el móvil de tu consagración heroica a su servicio. Ese amor te sostuvo en las luchas en que el mundo entero parecía conspirado contra ti; te hizo más fuerte que todas las tribulaciones; alcanza para nosotros ese amor que nada teme porque es fiel, ese amor que debemos a Jesús, que siendo el esplendor eterno del Padre, su sabiduría infinita, se dignó humillarse hasta tomar la forma de esclavo, y hacerse por nosotros obediente hasta la muerte y muerte de Cruz ¡Cómo pagaríamos su entrega por nosotros sino dándole todo nuestro amor a ejemplo tuyo, y celebrando tanto más sus grandezas, cuanto más El se humilló por nosotros!
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