Año Litúrgico – Dom Prospero Gueranger, Abad de Solesmes
LA MÍSTICA. .— ¿Quién se atreverá a emprender la tarea de contar los méritos de Santa Catalina o de enumerar siquiera los títulos de gloria de que está rodeada? Se encuentra entre las primeras filas de las esposas de Jesús. Como virgen fiel se unió al Esposo divino desde sus tiernos años. Su vida, consagrada por tan noble voto, se deslizó en el seno de la familia, hasta que estuvo preparada para cumplir la alta misión a que la destinaba la Providencia divina. El Señor, que quería glorificar por ella el estado religioso la inspiró unirse por medio de la profesión a la orden tercera de los Frailes Predicadores. Tomó su hábito y practicó toda su vida sus santos ejercicios. Se trasluce desde el principio en los modales de la sierva de Dios algo celestial, como si un ángel hubiera bajado a vivir en la tierra para llevar en su cuerpo una vida humana. Su vuelo hacia Dios es irresistible, y hace pensar en el ímpetu que arrastra a las almas gloriosas hacia el supremo bien, ante cuya presencia estará ya siempre. En vano el peso de la carne mortal intenta retardar su vuelo; la energía de la penitencia la hace someterse, la suaviza y la aligera. Parece vivir sóla el alma en cuerpo transformado. Le basta para sostenerle el divino manjar de la Eucaristía; y la unión con Cristo es tan completa, que se imprime sus sagradas llagas en los miembros de la virgen y le dan a gustar los dolores de la Pasión.
Desde el interior de esta vida tan elevada sobre los humanos, Catalina no vive ajena a ninguna de las necesidades de sus hermanos. Su celo es fuego para las almas, su compasión tierna como la de una madre para con las dolencias de sus cuerpos. Dios abrió para ella la fuente de los milagros y Catalina los derrama a manos llenas sobre los hombres. Las enfermedades y la muerte misma obedecen a su mandato, los milagros se multiplican en torno de ella.
Las comunicaciones divinas con ella comenzaron desde sus primeros años, y el éxtasis llegó a ser en ella un estado casi habitual. Sus ojos vieron con frecuencia al divino resucitado que la prodiga sus caricias y sus pruebas. Los más altos misterios estuvieron a su alcance y una ciencia que nada tenía de terrena iluminó su inteligencia. Esta joven sin cultura compondrá escritos sublimes, en los cuales los horizontes más profundos de la doctrina del cielo, se exponen con precisión y elocuencia sobrehumanas, con un acento que aún hoy día penetra las almas.
ACCIÓN POLÍTICA. — No quiso el cíelo que tantas maravillas permanecieran ocultas en un rincón de Italia. Los santos son columnas de la Iglesia y si, a veces, su acción es misteriosa y callada, a veces también se manifiesta a las miradas de los hombres. Entonces se hacen patentes los resortes con que Dios gobierna al mundo. Al final del siglo xiv, era necesario hacer volver a la ciudad eterna al Vicario de Jesucristo, ausente de su Sede desde hacía más de sesenta años. Un alma santa, pudo con sus méritos y oraciones, lograr que se realizase este retorno tan deseado por toda la Iglesia; quiso el Señor esta vez qué esto fuera público; “en nombre de Roma abandonada, en nombre de su divino Esposo que también lo es de la Iglesia, Catalina pasa los Alpes, y se presenta al Pontífice que nunca vió a Roma, y a quien tampoco Roma había conocido. La Profetisa le intima respetuosamente el deber que tiene que cumplir; como garantía de su misión le revela un secreto que sólo él conoce. Gregorio XI se da por vencido y la ciudad eterna ve de nuevo a su padre y pastor. Pero, a la muerte del Pontífice, un cisma, presagio de mayores males, viene a desgarrar el seno de la Iglesia. Catalina, lucha contra la tempestad hasta su último aliento; pero el año treinta y tres se acerca; el Señor no quiere que sobrepase la edad que El consagró en su persona; ha llegado el tiempo de que la virgen vaya a continuar en los cielos su ministerio de intercesión por la Iglesia que tanto amó, y por las almas rescatadas con la sangre de Cristo.
Vida. — Santa Catalina nació en Sena el 25 de marzo de 1347. A los siete años hizo voto de castidad perpetua. Después de gran oposición su madre la permitió recibir el hábito de las Hermanas de Sto. Domingo, pero viviendo en el siglo. Su vida la pasó cuidando a los enfermos, calmando los odios que dividían a las familias, y convirtiendo pecadores con sus exhortaciones y oraciones. Escribió al Legado del Papa en Italia, pidiéndole la reforma del clero, la vuelta del Papado de Aviñón a Roma, y la organización de una cruzada contra los infieles. En 1376, enviada por los florentinos, emprendió un viaje a Aviñón, para defender ante el Sumo Pontífice la causa de Florencia, sobre la cual el Papa había tenido que lanzar el entredicho, a causa de su rebelión. Además se aprovechó para pedir de nuevo a Gregorio XI volviera a Roma. Al comienzo del gran Cisma, sostuvo ardientemente la causa de Urbano VI, sin lograr hacerla triunfar. Favorecida con las más elevadas gracias espirituales, dictó en el curso de sus éxtasis el Dialogo que encierra toda su doctrina mística. Murió en Roma, el año 1380. Su cuerpo descansa en la iglesia de Santa María de Minerva. El Papa Pío II la canonizó en 1461 y Pío IX en 1866 la declaró segunda patrona de Roma.
PLEGARIA POR TODOS. — Absorta la Iglesia en las glorias de la resurrección, se dirige a ti, oh Catalina, que sigues al Cordero a donde quiera que va’. En este lugar de destierro donde no puede detenerse por mucho tiempo, no goza de su presencia sino a intervalos; por lo cual te pregunta: “¿Encontraste al que ama mi alma?”2 Eres su Esposa, también ella lo es; pero para ti ya no hay velos, no hay separación, mientras que para ella el gozo es raro y fugaz, y la luz, velada por las sombras. ¡Pero cuál ha sido tu vida, oh Catalina! Has unido la más profunda compasión por los dolores de Jesús a las alegrías más embriagadoras de la vida gloriosa. Nos puedes iniciar en los misterios del Calvario y en las magnificencias de la Resurrección. Estamos en Pascua, en la vida nueva; procura que la vida de Jesús no se extinga en nuestras almas, sino que crezca por el amor del que la tuya nos ofrece admirable ejemplo.
PLEGARIA POR LA IGLESIA. — Concédenos participar, oh virgen, de tu adhesión filial a la Santa Iglesia, que te hizo emprender tan grandes cosas. Te afligías de sus dolores y te alegrabas en sus alegrías como hija sumisa. También nosotros deseamos amar a nuestra madre, proclamar los lazos que nos unen a ella, defenderla contra sus enemigos, ganarla nuevos hijos generosos y fieles.
El Señor se sirvió de tu débil brazo, oh mujer inspirada, para restituir en su silla al Romano Pontífice. Fuiste más fuerte que los elementos humanos que se afanaban por prolongar una situación desastrosa para la Iglesia. Las cenizas de Pedro en el Vaticano, las de Pablo en la Vía Ostiense, las de Lorenzo y Sebastián, las de Cecilia e Inés y las de tantos millares de mártires, saltaron de gozo en sus tumbas, cuando el carro triunfal que llevaba a Gregorio XI entró en la Ciudad.
PLEGARIA POR ITALIA. — Ruega también, oh Catalina, por Italia que tanto te amó y que estuvo tan orgullosa de tus gestas. En ella está suelta hoy la impiedad y la herejía; se blasfema el nombre de tu Esposo, se predica al pueblo descarriado las doctrinas más perversas, se le enseña a maldecir de todo lo que un día veneró, la Iglesia es ultrajada y la fe, desde tanto tiempo debilitada, amenaza extinguirse; acuérdate de tu desgraciada patria, oh Catalina. Es ya hora de que vengas en su ayuda y la libres de las garras de sus enemigos. La Iglesia entera espera de ti la salvación de esta ilustre provincia de su imperio; calma las tempestades y salva la fe en este naufragio que amenaza devorarlo todo.
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