Tu acción, con todo, no se había amortiguado a lo largo de esta noche prolongada. Tus obras inmortales iluminaban las inteligencias y despertaban el amor a través del mundo entero. En las basílicas atendidas por tus hijos e imitadores, el esplendor del culto divino, la perfección de las melodías santas, mantenían en el corazón de los pueblos el gozo sobrenatural que se apoderó del tuyo al resonar por primera vez en nuestro Occidente el canto alterno de los Salmos y de los Himnos litúrgicos, bajo de la dirección de Ambrosio. En todas las épocas la vida perfecta renovó su juventud con las mil formas que la exige revestir el doble mandamiento de la caridad, bebiendo en las aguas que corren del tus fuentes.
Ilumina continuamente a la Iglesia con tus incomparables luces. Bendice a las muchas familias religiosas que se amparan en tu insigne patrocinio. Ayúdanos a todos alcanzándonos el espíritu de amor y de penitencia, de confianza y de humildad, que tan bien dice en un alma rescatada; enséñanos lo débil e indigna que es la naturaleza después de la caída, pero danos también a conocer la bondad sin límites de nuestro Dios, la superabundancia de su redención, la omnipotencia de su gracia. Y que todos contigo sepamos, no sólo reconocer la verdad, sino también decir a Dios de modo leal y práctico: “Nos hiciste para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”.
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