viernes, 13 de enero de 2023

13 de Enero Octava de la Epifanía 🕊️El Bautismo de Cristo 🕊️

  


EL AÑO LITÚRGICO – Dom Prospero Gueranger, Abad de Solesmes

Hoy ocupa de una manera especial la atención de la Iglesia, el segundo Misterio de la Epifanía, el Misterio del Bautismo de Cristo, en el Jordán. El Emmanuel se ha manifestado a los Magos después de haberse mostrado a los pastores; pero esta manifestación ha ocurrido en el angosto recinto de un establo de Belén, y los hombres de este mundo no han podido conocerla. En el Misterio del Jordán Cristo se manifiesta con mayor aparato. Su venida es anunciada por el Precursor; la multitud que se agolpa en torno al Bautismo de agua, es testigo del hecho; Jesús va a comenzar su vida pública. Mas ¿quién será capaz de describir la grandeza de los detalles que acompañan esta segunda Epifanía?

EL MISTERIO DEL AGUA. — La segunda Epifanía tiene por objeto, lo mismo que la primera, el bien y la salvación del género humano; pero sigamos el curso de los Misterios. La Estrella condujo a los Magos a Cristo; antes, aguardaban, esperaban; ahora creen. Comienza en el seno de la Gentilidad la fe en el Mesías. Pero no basta creer para salvarse; hay que lavar en el agua las manchas del pecado. “El que creyere y fuere bautizado, será salvo”: es, por tanto, tiempo de que ocurra una nueva manifestación del Hijo de Dios, con el fin de inaugurar el gran remedio que debe dar a la Fe, el poder de causar la vida eterna.

Ahora bien, los designios de la divina Sabiduría habían escogido el agua como instrumento de esa sublime regeneración de la raza humana. Por eso, al principio del mundo, se nos muestra al Espíritu divino caminando sobre las aguas, para que la naturaleza de estas concibiese ya en su seno un germen de santificación, como canta la Iglesia en el Sábado Santo. Pero las aguas debían servir a la justicia castigando a un mundo culpable, antes de ser llamadas a cumplir los designios de su misericordia. Todo el género humano, a excepción de una sola familia, desapareció, por un terrible decreto, bajo las olas del diluvio.

Sin embargo de eso, al fin de aquella espantosa escena apareció un nuevo indicio de la futura fecundidad de este predestinado elemento. La paloma que salió un momento del arca de salvación, volvió a entrar en ella, trayendo un ramo de olivo, símbolo de la paz devuelta a la tierra, después del diluvio. Pero la realización del misterio anunciado estaba todavía lejano.

En espera del día en que se había de manifestar este misterio, Dios multiplicó las figuras destinadas a mantener la esperanza de su pueblo. Así, hizo que este pueblo no llegara a la Tierra prometida, sin haber atravesado las olas del Mar Rojo; durante el misterioso paso, una columna de humo cubría a la vez la marcha de Israel y las benditas olas a las que debía la salvación.

Pero, sólo el contacto con los miembros humanos de un Dios encarnado podía comunicar a las aguas la virtud purificadora por la que suspiraba el hombre culpable. Dios había dado su Hijo al mundo, no sólo como Legislador, Redentor y Víctima de salvación, sino para ser Santificador de las aguas; en el seno, pues, de este sagrado elemento debía darle un testimonio divino y manifestarle por segunda vez.

EL BAUTISMO DE JESÚS. — Se adelanta, pues, Jesús de treinta años de edad, hacia el Jordán, río célebre ya por los prodigios proféticos operados en sus aguas. El pueblo judío, reanimado por la predicación de Juan Bautista, acudía en tropel a recibir aquel Bautismo, que si podía excitar al arrepentimiento del pecado, no conseguía borrarlo. También nuestro divino Rey se dirige hacia el río, no para buscar la santificación, pues es principio de toda santidad, sino para comunicar a las aguas la virtud de engendrar una raza nueva y santa, como canta la Iglesia. Desciende al lecho del Jordán, no como Josué para atravesarlo a pie enjuto, sino para que el Jordán le envuelva con sus olas y reciba de El, para luego comunicarla a todo el elemento, esa virtud santificadora que ya no volverá a perder nunca. Animadas por los rayos divinos del Sol de justicia, se hacen fecundas las aguas, cuando la cabeza augusta del Redentor se sumerge en su seno, ayudada por la mano temblorosa del Precursor.

Mas, es necesario que intervenga toda la Trinidad en este preludio de la nueva creación. Abrénse los cielos; baja la Paloma, no ya simbólica y figurativa, sino anunciadora de la presencia del Espíritu de amor que da la paz y transforma los corazones. Detiénese y descansa en la cabeza del Emmanuel, cerniéndose a la vez sobre la humanidad del Verbo y sobre las aguas que bañaban sus sagrados miembros.

EL TESTIMONIO DEL PADRE. — Pero, aún no había sido manifestado con suficiente realce el Dios humanado; era preciso que la voz del Padre resonase sobre las aguas y removiese hasta lo más profundo de sus abismos. Entonces, se dejó oír aquella Voz que había cantado David: Voz del Señor que retumba sobre las aguas, trueno del Dios majestuoso que derrumba los cedros del Líbano, (orgullo de los demonios) que apaga el fuego de la ira divina, que conmueve el desierto y anuncia un nuevo diluvio (Salmo XXVIII), un diluvio de misericordia; esta voz clamaba ahora: “Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo puestas mis complacencias.”

De este modo se manifestó la Santidad del Emmanuel con la presencia de la celestial Paloma y con la voz del Padre, como lo había sido su realeza con el mudo testimonio de la Estrella. Realizado el misterio, dotado el elemento del agua de su nueva virtud puriflcadora, sale Jesús del Jordán, y sube a la orilla, llevando tras de sí, según opinión de los Padres, a la humanidad regenerada y santificada y dejando allí sumergidos todos sus crímenes y pecados.

COSTUMBRES. — Sin duda es importante la fiesta de Epifanía, cuyo objeto es honrar tan altos misterios; no debemos admirarnos, que la Iglesia de Oriente hiciera de este día una de las fechas para la solemne administración del Bautismo. Los antiguos monumentos de la Iglesia de las Gallas indican que esta era también la costumbre entre nuestros antepasados; más de una vez, en Oriente, según cuenta Juan Mosch, se vió llenarse el sagrado Baptisterio, con un agua milagrosa, el día de esta festividad, y vaciarse por si mismo después de la administración del Bautismo.

La Iglesia Romana, desde tiempos de San León, insistió en que se reservase a las fiestas de Pascua y Pentecostés el honor de ser los únicos días consagrados a la solemne administración del primero de los Sacramentos; pero, en muchos lugares de Occidente, se conservó y conserva aún la práctica de bendecir el agua con una solemnidad especial, el día de Epifanía. La Iglesia de Oriente guardó celosamente esta costumbre. La función se desarrolla ordinariamente en la Iglesia; pero, a veces, el Pontífice se traslada a orillas de un río, acompañado de los sacerdotes y ministros revestidos de sus más ricos ornamentos, y seguido de todo el pueblo. Después de recitar oraciones de una gran belleza, que sentimos no poder citar, el Pontífice sumerge en las aguas una cruz engastada en pedrería que representa a Cristo, imitando de esta suerte la acción del Precursor. En San Petersburgo, la ceremonia se realizaba en otros tiempos sobre el Neva, introduciendo el Metropolitano la cruz en las aguas, a través de una abertura practicada en el hielo. Este rito se observa de manera parecida en las Iglesias de Occidente que han conservado la costumbre de bendecir el agua en la fiesta de Epifanía.

Los fieles se apresuran a extraer del río el agua santificada, y San Juan Crisóstomo, en su Homilía venticuatro sobre el Bautismo de Cristo afirma, poniendo por testigos a sus oyentes, que esta agua no se corrompía. Idéntico prodigio fué muchas veces observado en Occidente.

Demos, pues, gloria a Cristo por la segunda manifestación de su carácter divino, y agradezcámosle con la Iglesia el habernos dado junto con la Estrella de la Fe que nos ilumina, el Agua capaz de borrar nuestras culpas. Admiremos, agradecidos, la humildad del Salvador que se inclina bajo la mano de un mortal, para realizar toda justicia, como El mismo dice: porque, habiendo tomado consigo la forma de pecador, era necesario que asumiese también las humillaciones para levantarnos de nuestra postración. Agradezcámosle la gracia del Bautismo que nos ha abierto las puertas de la Iglesia de la tierra y de la Iglesia del cielo. Finalmente, renovemos los compromisos contraídos en la sagrada fuente, y que fueron condición del nuevo nacimiento.



MISA DE LA OCTAVA DE EPIFANIA
Introito, Epístola, Gradual, Verso del Aleluya, Ofertorio y Comunión son los mismos del día de Epifanía.

INTROITO
Aquí viene el Señor Dominador: y en su mano están el reino, y la potestad y el imperio. Salmo: Oh Dios, da tu juicio al Rey: y tu justicia al Hijo del Rey.

En la Colecta, la Iglesia pide para sus hijos la gracia de hacerse semejantes a Jesucristo aparecido en el Jordán, lleno del Espíritu Santo, objeto de las complacencias del Padre Celestial, pero revestido de nuestra naturaleza y fiel en el cumplimiento de toda justicia.

ORACION
Oh Dios, cuyo Unigénito apareció en la sustancia de nuestra carne: suplicárnoste hagas que, por Aquel, a quien hemos conocido semejante a nosotros en lo exterior, seamos reformados interiormente. El cual vive y reina contigo.

EPISTOLA
Lección del Profeta Isaías. (LX, 1-6.)
Levántate, ilumínate, Jerusalén: porque ha llegado tu luz, y la gloria del Señor ha nacido sobre tí. Porque he aquí que las tinieblas cubrirán la tierra, y la obscuridad los pueblos: mas, sobre ti nacerá el Señor, y su gloria será vista en ti. Y caminarán las gentes a tu luz, y los reyes al resplandor de tu astro. Alza tus ojos en torno y mira: todos estos se han reunido, han venido a ti: tus hijos vendrán de lejos, y tus hijas surgirán de todas partes. Entonces verás y brillarás, y se admirará y se dilatará tu corazón, cuando se hubiere vuelto a ti la multitud del mar y hubiere acudido a ti la fortaleza de las gentes. Te cubrirá una inundación de camellos y dromedarios de Madián y Efa; vendrán todos los de Sabá, trayendo oro e incienso y tributando alabanzas al Señor.
GRADUAL
Vendrán todos los de sabá, trayendo oro e incienso y tributando alabanzas al Señor. — ℣. Levántate, e ilumínate Jerusalén: porque la gloria del Señor ha nacido sobre ti.

ALELUYA
Aleluya aleluya. — ℣. Vimos su estrella en Oriente y venimos con dones a adorar al Señor. Aleluya.

EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según San Juan (I, 29-34.)
En aquel tiempo vió Juan a Jesús, que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, he aquí el que quita el pecado del mundo. Este es del que dije: En pos de mí viene un Varón que fué hecho antes que yo, pues existía antes de mí. Y yo no le conocía: mas, para que fuese manifestado a Israel, para eso vine yo bautizando con agua. Y Juan dió testimonio diciendo: Vi al Espíritu que descendía del cielo como una paloma, y reposó sobre él. Y yo no le conocía; pero, el que me envió a bautizar con agua, me dijo: Sobre el que vieres descender el Espíritu y reposar sobre El, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo. Y yo le vi, y di testimonio de que ese es el Hijo de Dios.
¡Oh celestial Cordero! bajaste al río para purificarle; la divina Paloma vino desde el cielo a unir su dulzura a la tuya y luego saliste a la orilla. Mas ¡oh prodigio de tu misericordia! los lobos han bajado después de ti a las aguas santificadas y han salido transformados en corderos. Todos nosotros, manchados con el pecado, nos volvemos al salir de la fuente sagrada, tan blancos como las ovejas de tu divino Cántico, que ascienden del baño fecundas todas y ni una sola estéril; como esas puras palomas que parecen bañadas en leche, y que han puesto su nido junto a las cristalinas fuentes. ¡Tal es la poderosa virtud purificadora dada por tu divino contacto a estas aguas! Conserva en nosotros, oh Jesús, esa blancura que de ti viene, y si la hemos perdido, devuélvenosla por el Bautismo de la Penitencia, único que puede restituirnos el candor de nuestra primera vestidura. ¡Ensancha aún más este río de amor, oh Emmanuel! Vayan sus olas a buscar, hasta el fondo de sus salvajes desiertos, a los que todavía no han gozado de su contacto; inunda la tierra como lo prometiste. Acuérdate de la gloria con la que fuiste manifestado en el Jordán; olvida los pecados que desde hace mucho tiempo impiden la predicación de tu Evangelio en esas regiones desoladas; el Padre de los cielos manda a todas las criaturas que te escuchen: ¡Habla, pues, a todos, oh Emmanuel!

OFERTORIO
Los reyes de Tarsis y las Islas ofrecerán dones: los reyes de Arabia y de Sabá llevarán presentes: y le adorarán todos los reyes de la tierra: todas las gentes le servirán.

En la Secreta, la Iglesia proclama aún la divina Manifestación, y suplica al Cordero, que nos ha procurado por su Sacrificio el poder ofrecer a Dios una Hostia pura, que acepte también esta Hostia, en su misericordiosa clemencia.

SECRETA
Ofrecérnoste, Señor, estas hostias, por la aparición de tu Hijo, suplicándote humildemente que, así como es El, nuestro Señor Jesucristo el autor de nuestros dones, así sea también su misericordioso aceptador. El cual vive y reina contigo.

COMUNION
Vimos su estrella en Oriente, y venimos con dones a adorar al Señor.

Al dar gracias por el celestial manjar que acaba de recibir, la Santa Iglesia implora la protección continua de esta Luz divina que ha aparecido sobre ella y que la hará capaz de contemplar la pureza del Cordero, y amarle como su dulzura lo merece.

POSCOMUNION

Suplicárnoste, Señor, nos prevengas siempre y en todas partes con tu celeste luz: para que veamos con puros ojos y percibamos con digno afecto el Misterio del que has querido hacernos participantes. Por el Señor.

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