HISTORIA DE LA FIESTA.— Los Griegos celebran la fiesta de San Joaquín al día siguiente de la Natividad de María. Los Maronitas la fijaron para el día siguiente de la Presentación, en noviembre; los Armenios, en el martes después de la Octava de la Asunción de la Madre de pios. Entre los latinos, que la admitieron más tarde, hubo división en un principio acerca de su celebración, que tenía lugar entre el día siguiente de la Octava de la Natividad, 16 de septiembre, y el día que sigue a la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen, 9 de diciembre. El Oriente y el Occidente, honrando al padre, estuvieron de acuerdo en acercarle a su ilustre hija.
Hacia el año 1510 determinó Julio II que San Joaquín ocupase un lugar en el calendario romano con rito doble-mayor; recordando los vínculos de aquella familia en la que tan admirablemente se armonizan el orden de la naturaleza y el de la gracia, fijó su ñesta para el 20 de marzo, día siguiente a la de San José.
Se diría que el glorioso patriarca debió continuar después de su muerte, a través del Calendario litúrgico, las peregrinaciones de los primeros padres del pueblo hebreo, cuyas buenas costumbres reprodujo en su noble vida. Apenas hablan transcurrido cincuenta años después del pontificado de Julio II, la crítica de entonces ensombreció su historia e hizo desaparecer su nombre del Breviario romano. En 1622 volvió a incluirle Gregorio XV con rito doble, y desde entonces se ha celebrado siempre su fiesta. De tal modo creció la devoción al padre de Maria, que se formularon peticiones para que su fiesta figurase entre las solemnidades de precepto, como ya figuraba la de su esposa Santa Ana. Con el fin de satisfacer a la devoción popular sin aumentar por eso el número de días festivos, Clemente XII (1738) trasladó la fiesta de San Joaquín al domingo siguiente a la Asunción de su hija la Santísima Virgen; a la vez la devolvía el grado de doble-mayor.
LOS PADRES DE MARÍA. — Los pormenores que poseemos sobre los padres de María proceden de un apócrifo, el Protoevangelio de Santiago, el cual nos ha dado sus nombres: Joaquín, que significa, “Preparación del Señor”, y Ana, que vale tanto como “Gracia.”
Una tradición constante los considera como abundantemente dotados de bienes de fortuna. Su riqueza consistía sobre todo en rebaños, como los de los primeros patriarcas. Cierto, por otra parte, que hacían el más noble uso de ella, siempre prontos a prestar su ayuda al que la solicitaba, y dando siempre el doble en las ofrendas que debían a Dios.
Los Padres de la Iglesia, y sobre todo los Padres griegos, no se cansan de celebrar las virtudes y santidad de Joaquín y de Ana. “Con vuestra vida purísima y muy santa, les dice San Juan Damasceno, formasteis la joya de la virginidad, a aquella que sería virgen antes del parto, en el parto y después del parto, la única que siempre guardaría virginidad así en el cuerpo como en el alma”. “Joaquín era un hombre justo, a quien su gran mérito colocaba no sólo por encima de toda falta, sino también de toda sospecha y de todo reproche”. “Era renombrado por su santidad y su justicia, notable por su nobleza y sus riquezas, piadosamente fiel a la oblación de los sacrificios, solícito de agradar a Dios en todo, hombre de deseos según el Espíritu Santo. Tenía por esposa una piadosa mujer llamada Ana, que fué su fiel ayuda en el ejercicio perseverante de las virtudes y en sus oraciones diarias a Dios”. En una palabra, “María tanto es superior a todos los hijos de los hombres, cuanto Joaquín y Ana sobresalen en perfección por encima de todos los que son padres”.
EL DECRETO DE LEÓN XIII.—El Papa León XIII resumió todos estos elogios en el decreto con que elevaba el rito de esta fiesta. Citando la Sagrada Escritura, que enseña que hay que alabar a los que han nacido de una ascendencia gloriosa, concluye “que se debe honrar con una veneración especialísima a San Joaquín y a San ta Ana, ya que, por haber engendrado a la Inmaculada Virgen Madre de Dios, son más gloriosos que todos los demás. Se os conoce po vuestro fruto, les dice el Damasceno: habéis dado al mundo una hija superior a los Angeles y ahora su reina… Ahora bien, habiendo dispuesto la misericordia divina que, en nuestros luctuosos tiempos, los honores tributados a la Bienaventurada Virgen María y su culto tomasen incremento en consonancia con las necesidades crecientes del pueblo cristiano, se precisaba que este esplendor y esta nueva gloria de que se encuentra rodeada su bienaventurada hija, re dundase en sus afortunados padres. ¡Quiera Dios que, por el culto así amplificado, sienta cada vez más eficaz la Iglesia su poderosa intercesión”!
MISA
Buena es la oración con el ayuno, y hacer limosna vale más que amontonar tesoros. San Joaquín conoció por experiencia la verdad de esta palabra del Arcángel, mejor aún que Tobías. Cuenta una tradición que hacía tres partes de la renta de sus bienes: una para el Templo, otra para los pobres y la tercera para su casa. La Iglesia, al querer honrar al padre de María, celebra en primer lugar estas larguezas benéficas y la justicia por la que mereció la gloria con que ahora espléndidamente brilla.
INTROITO
Repartió, dió a los pobres: su justicia permanecerá de siglo en siglo: su fortaleza será ensalzada con gloria.— Salmo: Bienaventurado el varón que teme al Señor: y que se deleita sobremanera en sus mandamientos. V. Gloria al Padre.
MADRE DE DIOS es el título que convierte a María en la más noble de las criaturas; pero esta nobleza de la hija de Joaquín ensalza también a éste entre todos los bienaventurados, porque sólo de él se dirá por todos los siglos que es el ABUELO DE JESÚS. En el cielo, mejor que aquí abajo, nobleza y poder corren parejas. Hagámonos, pues, con la Iglesia, clientes de tan alto personaje.
COLECTA
Oh Dios, que, entre todos tus Santos, quisiste que fuese San Joaquín el padre de la Madre de tu Hijo: haz, te suplicamos, que sintamos perpetuamente el patrocinio de aquel cuya fiesta veneramos. Por el mismo Nuestro Señor Jesucristo.
EPISTOLA
Lección del libro de la Sabiduría (Ecli., XXXI, 8-11).
Bienaventurado el varón que fué hallado sin mancha, y que no se fué tras el oro, ni confió en el dinero y en los tesoros. ¿Quién es ése, y le alabaremos? Porque hizo maravillas en su vida. Fué probado con el oro y hallado perfecto; tendrá una gloria eterna: pudo violar la ley, y no la violó; hacer el mal, y no lo hizo: por eso, sus bienes han sido establecidos en el Señor, y toda la asamblea de los Santos pregonará sus limosnas.
LA ORACIÓN DE JOAQUÍN.-—Ya dijimos que la riqueza de Joaquín consistía en rebaños como los de los primeros patriarcas. El piadoso empleo que la daba, atraía la bendición del Señor sobre sus bienes. Pero había otra bendición que deseaba más aún, y el cielo le negaba: Ana, su esposa, era estéril; se diría que la esperanza de Sión se había ausentado de entre las hijas de Israel que esperaban al Mesías. Un día, en el Templo, al presentar Joaquín las víctimas, le fueron rechazadas con desprecio.
Otra ofrenda esperaba de él el Señor del Templo; cuando presente en él a la Madre del Cordero de Dios, en vez de ovejas de sus pastos, no la rechazará.
Pero hoy, en su dolor, se ha escapado sin presentarse a su esposa. Y, huyendo a las montañas donde pastaban sus rebaños, allí vivió en una tienda en un continuo ayuno y diciendo: “No tomaré alimento hasta que el Señor mi Dios, en su misericordia, me mire; mi oración empero será mi alimento.”
Ana, por su parte, lloraba su doble luto, el de su viudez y el de la esterilidad. Pero, mientras ella oraba en el jardín y su esposo en la montaña, sus comunes instancias, presentadas a la vez al Dios Supremo, juntas eran también atendidas. El Angel del Señor se apareció a los dos, dándoles cita en la puerta Dorada; y Ana muy pronto pudo decir: ¡”Ahora sé que el Señor me ha bendecido de un modo grande. Porque estaba viuda, y ya no lo estoy; era estéril y ya he concebido”!
En el Gradual cantamos otra vez el mérito de la limosna, y lo que vale cerca de Dios una vida santa. La descendencia de Joaquín será poderosa, bendita en el cielo y en la tierra. Dígnese emplear en pro de nuestra salvación el valimiento de que goza junto a su hija augusta y cerca de Jesús, de quien es abuelo.
GRADUAL
EVANGELIO
Comienzo del santo Evangelio según San Mateo (Mt„ I, 1-16).
Libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham. Abraham engendró a Isaac. E Isaac engendró a Jacob. Y Jacob engendró a Judá y a sus hermanos. Y Judá engendró a Fares y a Zaran de Tamar. Y Fares engendró a Esrón. Y Esrón engendró a Arán. Y Arán engendró a Amínadab. Y Amínadab engendró a Naasón. Y Naasón engendró a Salmón. Y Salmón engendró a Booz de Rahab. Y Booz engendró a Obed de Ruth. Y Obed engendró a Jessé. Y Jessé engendró al rey David. Y el rey David engendró a Salomón de aquella que fué de Urías. Y Salomón engendró a Roboán. Y Roboán engendró a Abías. Y Abías engendró a Asa. Y Asa engendró a Josafat. Y Josafat engendró a Jorán. Y Jorán engendró a Ozias. Y Ozías engendró a Joatán. Y Joatán engendró a Acaz. Y Acaz engendró a Ezequías. Y Ezequías engendró a Manasés. Y Manasés engendró a Amón. Y Amón engendró a Josías. Y Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos en la transmigración de Babilonia. Y, después de la transmigración de Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel. Y Salatiel engendró a Zorobabel. Y Zorobabel engendró a Abiud. Y Abiud engendró a Elíacim. Y Elíacim engendró a Azor. Y Azor engendró a Sadoc. Y Sadoc engendró a Aquín. Y Aquín engendró a Eliud. ¡ Y Eliud engendró a Eleazar. Y Eleazar engendró a Matán. Y Matán engendró a Jacob. Y Jacob engendró a José, esposo de María, de la cual nació Jesús, que se llama Cristo.
LOS PADRES DE MARÍA. — No encontramos en el Evangelio el nombre de los padres de la Santísima Virgen. Una sola cosa hay de cierto, y es, que Jesús, al ser de la raza de David, no podía serlo más que por parte de su madre, y su madre no podía trasmitirle este noble origen si ella no le tenía de su padre o de su madre, de San Joaquín o de Santa Ana. Pero la verdadera nobleza de estos Santos no estriba en la línea de ascendientes que los une con David, sino en su hija, la cual, por ser Madre de Dios, los ha hecho abuelos del Verbo humanado.
¿De qué gloria vemos coronado a San Joaquín? Su nieto, Jesús, le da parte del poder que ha recibido para gobernar a todas las criaturas. El Ofertorio canta este honor y este poder de Joaquin.
OFERTORIO
Le coronaste de gloria y honor: y le constituíste sobre las obras de tus manos, Señor.
“Joaquín, Ana y María, los tres juntos, ¡qué sacrificio de alabanza ofrecían a la Santísima Trinidad”!, dice San Epifanio. Alcáncenos también su común intercesión el efecto total del Sacrificio que se prepara en el altar en honor del jefe de esta noble familia.
SECRETA
Acepta, oh clementísimo Dios, este sacrificio, ofrecido a tu Majestad en honor del santo Patriarca Joaquín, padre de la Virgen María: para que, por intercesión de él, y de su esposa, y de su beatísima Hija, merezcamos alcanzar el perfecto perdón de los pecados y la gloria sempiterna. Por Nuestro Señor Jesucristo.
No olvidemos en las delicias del Misterio sagrado que, si María nos ha dado el trigo de los cielos, en cambio a Joaquín debemos el tener a María. Confiemos con toda seguridad a su pru^ dencia la guarda del germen inapreciable que] ahora debe fructificar en nuestras almas.
COMUNION
Siervo fiel y prudente, a quien constituyó el Señor sobre su familia: para que les dé a su tiempo la medida de trigo.
Los sacramentos producen por sí mismos la gracia sacramental que les es propia, pero la intercesión de los Santos puede mucho cuando se trata de apartar todo obstáculo a su plena operación en los corazones. Esta idea es la que ha sugerido a la Iglesia la fórmula de la siguiente Poscomunión.
POSCOMUNION
Suplicárnoste, oh Dios omnipotente, hagas que, por estos Sacramentos, que hemos recibido, y por la intercesión de los méritos y preces de San Joaquín, padre de la Madre de tu amado Hijo, nuestro Señor Jesucristo, merezcamos ser partícipes de tu gracia en el presente y de tu eterna gloria en lo futuro. Por el mismo Nuestro Señor Jesucristo.
EL ABUELO DE JESÚS.—Te damos gracias, Padre de María: toda criatura te es deudora desde que el mismo Creador quiso deberte la madre de quien determinó nacer para salvarnos. Esposo de la bienaventurada Ana, nos recuerdas lo que fué el paraíso: por la inocencia primera que parece que tú recobraste para presidir los orígenes de la Virgen Inmaculada, santifica la familia, repara nuestras costumbres. Abuelo de Jesús, extiende tu amor a todos los cristianos, hermanos suyos; la Iglesia te honra más que nunca en estos días de prueba: sabe ella tu crédito cerca del Padre Soberano, que se dignó asociarte, sin otro intermediario que tu propia hija, a ia generación temporal de su Hijo eterno.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario