PLEGARIA AL DEFENSOR DE LA LIBERTAD. — Oh Anselmo, Pontífice amado de Dios y de los hombres, la Santa Iglesia, a quien con tanto celo serviste aquí en la tierra, te tributa hoy sus homenajes como a uno de sus prelados más venerados. Imitador de la bondad del divino Pastor, nadie te sobrepasó en condescendencia y caridad. Conocías a todas tus ovejas y ellas te conocían a ti; velando día y noche en su custodia, jamás fuiste sorprendido por el asalto del lobo. Lejos de huir al acercarse, saliste a su encuentro, y ninguna violencia te pudo hacer retroceder. Heroico campeón de la libertad de la Iglesia, protégela en nuestros tiempos en que por todas partes se la pisotea y se la aniquila. Suscita por doquier Pastores émulos de tu santa independencia a fin de que el valor se reanime en el corazón de las ovejas y que todos los cristianos tengan a honra confesar que ante todo son miembros de la Iglesia, que los intereses de esta Madre de las almas, son superiores, a sus ojos, a los de cualquier sociedad terrestre.
PLEGARIA AL DOCTOR.— El Verbo divino te dotó, oh Anselmo, de esa filosofía completamente cristiana, que se humilla ante las verdades de la fe, y así purificada por la humildad, se eleva a las visiones más sublimes. Alumbrada con tus luces tan puras, la Iglesia, en recompensa, te ha otorgado el título de Doctor, tanto tiempo reservado a aquellos sabios que vivieron en las primeras edades del cristianismo y conservan en sus escritos como un reflejo de la predicación de los Apóstoles. Tu doctrina ha sido juzgada digna de compararse a la de los antiguos Padres, porque procede del mismo Espíritu; es más hija de la oración que del pensamiento. Obténnos, oh santo Doctor, que siguiendo tus huellas, nuestra fe, también busque la inteligencia. Muchos el día de hoy blasfeman lo que ignoran, y muchos ignoran lo que creen. De ahí una confusión desoladora, compromisos peligrosos entre la verdad y el error, la única doctrina verdadera desconocida, abandonada y sin defensa. Pide para nosotros, oh Anselmo, doctores que sepan alumbrar los caminos de la verdad y disipar las nubes del error, para que los hijos de la Iglesia no queden expuestos a la seducción.
PLEGARIA AL MONJE. — Dirige una mirada sobre la familia religiosa que te acogió en sus filas al salir de las vanidades del siglo, y dígnate extender sobre ella tu protección. De ella sacaste tú la vida del alma y la luz de tu inteligencia. Hijo de San Benito, acuérdate de tus hermanos. Bendícelos en Francia, donde abrazaste la vida monástica; bendícelos en Inglaterra, donde fuiste Primado entre los Pontífices, sin dejar de ser monje. Ruega, oh Anselmo, por las dos naciones que te han adoptado una después de otra. En la una, la fe está tristemente muy disminuida; la otra dominada por la herejía. Alcanza para las dos la misericordia del Señor. Es poderoso y no cierra sus oídos a la súplica de sus santos. Si ha determinado en su justicia no devolver a estas dos naciones su antigua constitución cristiana, obtén al menos que se salven muchas almas, que muchas conversiones consuelen a la Madre común, que los últimos obreros de la viña rivalicen con los primeros, en espera del día en que el Maestro descienda para recompensar a cada uno según sus obras.
AÑO LITÚRGICO – Dom Prospero Gueranger, Abad de Solesmes
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