~ Dom Prosper Guéranger
— ¡Quién pudiera estar en presencia de Jesús y tener entrada en su amor por tu mediación, oh Magdalena! Ojalá borremos nuestras faltas y lavemos nuestras manchas como tú lo hiciste, recibiendo indulgencia plenaria de su boca y escuchando aquellas palabras: ¡Tus pecados te son perdonados! Ojalá me hiera con su amor como te hirió a ti y me diga un día estas consoladoras palabras: ¡Has amado mucho!
Sea yo, pues, amigo del retiro, alejado de los cuidados y diversiones humanas, haciendo mía la mejor parte. Sea separado yo de todo y de mí mismo más que de nadie, para pertenecerle todo a él, para imitar tu silencio, tu olvido de ti misma y tus elevaciones divinas.
Sea yo pronto en escuchar la voz de Jesús y sus inspiraciones. No se acerque a mí el espíritu del error y de la ilusión, como no osaron los espíritus malos acercarse a ti desde que te acercaste a Jesús, obligados a alejarse y a respetar la presencia, el poder, la santidad del espíritu de Jesús que residía en ti.
Participe yo de esa pureza de corazón y de alma, pureza incomparable que recibiste del Hijo de Dios cuando estabas a sus pies; pureza no humana ni angélica sino divina y salida también del hombre Dios en honor de su humanidad viviente en la pureza, en la santidad, en la divinidad del ser increado. Seamos fieles y constantes en su amor, inseparables de él, como nada ni su cruz, ni su muerte, ni el furor de sus enemigos ni el de los demonios pudieron apartarte un ápice de él; porque si pudieron separar el alma de Jesús de su precioso cuerpo no lograron separar el alma de Magdalena del cuerpo, del alma y del espíritu de Jesús; y siempre está ella a su lado ya vivo y sufriendo en la cruz, ya muerto, ya enterrado en el sepulcro. El cielo solo es quien te arrebata a Jesús y el poder del Padre Eterno quien lleva consigo y a la gloria a su Hijo; pero arrebatándotele te le devuelve secretamente, y te le devuelve para siempre jamás en la plenitud y en la claridad de la gloria.
¡Oh humilde penitencia! ¡Oh alma solitaria! Oh divina amante y amada de Jesús, haz por tus oraciones y por tu poder en su amor, que sea yo herido de este amor, que mi corazón no descanse sino en su corazón; que su espíritu no viva más que en su espíritu, y que seamos todos para él libres y cautivos a la vez, libres en su gracia y cautivos en el triunfo de su amor y de su gloria.
Amémosle, sirvámosle, adorémosle y sigámosle con todas nuestras fuerzas y que, en él, estemos contigo y con él para siempre.
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