por San Alfonso de Ligorio
Virgen Inmaculada y Santísima, ya que eres la dispensadora universal de todas las gracias divinas, eres la esperanza de todos, y mi esperanza. Siempre agradeceré a mi Señor por haberme concedido la gracia de conocerte, y por haberme mostrado los medios por los cuales puedo obtener gracias y salvarme. Tú eres este medio, oh gran Madre de Dios; porque ahora entiendo que es principalmente por los méritos de Jesucristo, y luego por tu intercesión, que mi alma debe salvarse. ¡Ay! Reina mía, tanto te apresuraste a visitar, y con ello santificaste la morada de Santa Isabel; Dígnate, pues, de visitar, y visita pronto, la pobre casa de mi alma. ¡Ay! apresuraos, pues; porque tú bien sabes, y mucho mejor que yo, cuán pobre es y de cuántas enfermedades está afligida; con afectos desordenados, malas costumbres y pecados cometidos, todas las cuales son enfermedades pestilentes, que la llevarían a la muerte eterna. Tú puedes enriquecerla, oh Tesorera de Dios; y tú puedes sanar todas sus enfermedades. Visítame, pues, en vida, y visítame especialmente en el momento de la muerte, porque entonces necesitaré más que nunca tu ayuda. No espero en verdad, ni soy digno, que me visites en esta tierra con tu presencia visible, como has visitado a tantos de tus siervos; pero no eran indignos e ingratos como yo. Estoy satisfecho de verte en tu reino de los cielos, para poder amarte más y agradecerte todo lo que has hecho por mí. Ahora estoy satisfecho de que me visites con tu misericordia; Tus oraciones son todo lo que deseo.
Ruega, pues, oh María, por mí, y encomiéndame a tu Hijo. Tú, mucho mejor que yo, conoces mis miserias y mis necesidades. ¿Qué más puedo decir? Ten piedad de mí; Soy tan miserable e ignorante, que no sé ni puedo buscar las gracias que más necesito. Dulcísima Reina y Madre mía, busca y obtén para mí de tu Hijo aquellas gracias que sabes que son las más convenientes y necesarias para mi alma. Me abandono enteramente en tus manos, y sólo suplico a la Divina Majestad, que por los méritos de mi Salvador Jesús me conceda las gracias que le pidieres para mí. Pide, pide, pues, oh Santísima Virgen, lo que mejor ves para mí; tus oraciones nunca son rechazadas; son las oraciones de una Madre dirigidas a un Hijo, que te ama, su Madre; tanto, y se regocija en hacer todo lo que tú deseas, para honrarte más, y al mismo tiempo mostrarte el gran amor que te tiene. Hagamos un pacto, oh Señora, que mientras yo viva confiado en ti, tú por tú parte te encargarás de mi salvación. Amén
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