miércoles, 17 de mayo de 2023

Vigilia De La Ascensión

 

Ha transcurrido la tercera mañana de las Rogativas, se acerca la hora del mediodía; con ella comienza la última jornada que el Hijo de Dios debe pasar sobre la tierra con los hombres. Se diría que hemos perdido de vista—durante estos tres días—el momento tan cercano de la separación; con todo, el sentimiento de la pérdida que nos amenaza alentaba en el fondo de nuestros corazones, y las súplicas que presentábamos al cielo, en unión con la Santa Iglesia, nos preparaban a celebrar el último de los misterios del Emmanuel.


LOS DISCÍPULOS EN EL CENÁCULO. — En este momento se han reunido todos los discípulos en Jerusalén. Agrupados en el Cenáculo, en torno a María, esperan la hora en la que su Maestro debe manifestarse a ellos por última vez. Recogidos y silenciosos, repasan en sus corazones las muestras de bondad y de condescendencia que él les ha prodigado durante estos cuarenta días y las enseñanzas que han recibido de sus labios. Ahora le conocen, saben que ha salido de Dios; han aprendido de él la misión a la que les ha destinado: enseñar, ellos ignorantes, a los pueblos de la tierra; pero él se apresura a abandonarlos; “todavía un poco de tiempo y no le verán más'”.


ORACIÓN; — Oh Jesús, nuestro creador y nuestro hermano, te hemos seguido con los ojos y con el corazón desdé tu nacimiento; hemos celebrado en la liturgia uñó a uno tus pasos de gigante 2 con una solemnidad especial; pero al veros ascender de este modo siempre, debíamos haber previsto el momento en que vos irías a tomar posesión del único lugar que te conviene, del trono sublime en que te sentarás eternamente a la derecha del Padre. El resplandor que te circunda desde tu resurrección no es de este mundo; no puedes permanecer por más tiempo entre nosotros; sólo has permanecido durante estos cuarenta días para la consolidación de tu obra, y mañana, la tierra que te poseía desde hace treinta y tres años, se verá privada de ti. Con María tu madre, con tus dóciles discípulos, con María Magdalena y sus compañeras, nos alegramos del triunfo que te espera; pero en la víspera de perderte permitid a nuestros corazones que también se dejen conmover por la tristeza; porque tu eres el Emmanuel, Dios con nosotros, y marchas para ser en adelante el astro divino que se cernerá sobre nosotros; y ya no podremos “veros, ni oiros, ni tocaros con nuestras manos, oh Verbo de vida!'”. También nosotros exclamamos: ¡Gloria y amor sea a Ti!, porque nos has tratado con misericordia infinita. Tu no nos debías nada, éramos indignos de atraer tus miradas, y has descendido a esta tierra mancillada por el pecado; has habitado entre nosotros, has pagado nuestro rescate con tu sangre, has restablecido la paz entre Dios y los hombres. Sí, es justo que ahora “vuelvas a aquel que te envió”. Oímos la voz de tu Iglesia que acepta su destierro y que no piensa más que en tu gloria: “Huye, pues, amado mío, Te dice; huye con la rapidez del gamo y del cervatillo, hasta esas montañas en que las flores del cielo exhalan sus perfumes” ¿podremos nosotros, pecadores como somos, imitar la resignación de aquella que es a la vez tu Esposa y nuestra madre?

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