Oración compuesta por el Papa León XIII, junto con la Encíclica Annum sacrum (25-5-1899) para consagrar el género humano al Corazón de Jesús. El Papa Pío XI estableció en 1925 que esta consagración se renovara todos los años en la solemnidad litúrgica de Jesucristo Rey.
Jesús, dulcísimo Redentor del género humano,
míranos postrados humildemente delante de tu Altar (ante tu Presencia);
tuyos somos y tuyos queremos ser,
y a fin de estar más firmemente unidos a ti,
he aquí que, hoy día, cada uno de nosotros
se consagra espontáneamente a tu Sagrado Corazón.
Muchos, Señor, nunca te conocieron;
muchos te desecharon al quebrantar tus Mandamientos;
compadécete, Jesús, de los unos y de los otros,
y atráelos a todos a tu Santo Corazón.
Sé Rey, ¡Señor!, no solo de los fieles que jamás se separaron de ti,
sino también de los hijos pródigos que te abandonaron;
haz que vuelvan pronto a la casa paterna,
no sea que perezcan de miseria y de hambre.
Sé Rey de aquellos a quienes engañaron opiniones erróneas
y desunió la discordia;
tráelos al puerto de la Verdad y a la unidad de la Fe,
para que luego no quede más que un solo rebaño y un solo Pastor.
Sé Rey de los que aún siguen envueltos
en las tinieblas de la idolatría o del islamismo.
A todos dígnate atraerlos a la luz de tu Reino.
Mira, finalmente, con ojos de misericordia,
a los hijos de aquel pueblo, que en otro tiempo fue tu predilecto;
que también descienda sobre ellos, como bautismo de redención y vida,
la sangre que reclamó un día contra sí.
Concede, Señor, a tu Iglesia incolumidad y libertad segura,
otorga a todos los pueblos la tranquilidad del orden;
haz que del uno al otro polo de la tierra resuene esta sola aclamación:
«Alabado sea el Divino Corazón,
por quien hemos alcanzado la salvación;
a él gloria y honor, por los siglos de los siglos».
Amén.
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